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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La tendencia apunta cambio

Desde el 20-D los socialistas libran una agónica batalla para mantener su primacía entre las izquierdas. Pero las confluencias en torno a Podemos marcan al alza y el PSOE a la baja

Enric Company

Las confluencias de izquierdas ganaron las elecciones en los principales ayuntamientos de España hace un año y el cambio político emprendido en aquel momento no parece haber afectado a su funcionalidad. Los nuevos ediles pecan en ocasiones de inexperiencia, ingenuidad o adanismo, pero las maquinarias municipales suplen esas carencias y los nuevos consistorios se consolidan. Determinados sectores de la derecha han encajado bastante mal algunas decisiones. Pero, en general, las mayorías sociales y electorales que las auparon les mantienen su apoyo. Así lo indican los sondeos y así lo demostraron de rebote las elecciones generales del 20-D, en las que se produjo un nuevo avance de las fuerzas que impulsaron las confluencias a escala municipal.

Lo más nuevo de aquel cambio fue que en Madrid, Barcelona y otras ciudades de importancia, el protagonismo de la izquierda no recayó en el partido socialista como había ocurrido desde 1979, sino en las reconfiguraciones de fuerzas que habían quedado a su izquierda y hasta entonces se habían tenido que conformar, cuando más, con actuar como subsidiarias del partido socialista. Aliados auxiliares de los que se aceptaban apoyos, pero a los que nunca se cedía la dirección. El paso dado por los socialistas al incorporarse un año después a la mayoría de gobierno en el Ayuntamiento de Barcelona como fuerza auxiliar expresa, entre otras cosas, la asunción de su nueva situación relativa en la correlación general de fuerzas.

Pero claro, una cosa es el ejercicio de realismo llevado a cabo ahora en Barcelona por los socialistas, como ya hicieron hace un año en el Ayuntamiento de Madrid o en el de Valencia, por ejemplo, y otra muy distinta asumir que esa pueda ser la tendencia política general. Lo primero que significativamente hizo el líder socialista, Pedro Sánchez, en la noche electoral del 20-D, en el delicado momento de reconocer su derrota ante Mariano Rajoy, fue destacar que el PSOE se había confirmado como la primera fuerza de la izquierda en España. Ser el primero en tu ámbito ideológico es la precondición para poder ser algún día, simplemente, el primero.

Desde entonces, los socialistas libran una agónica batalla para mantener su primacía entre las izquierdas. Esa es la clave que explica su rechazo a la coalición que les pide el PP desde hace cinco meses: temen que una alianza de este tipo les caracterice definitivamente como defensores del statu quo político. Esa es también la causa que explica que se hayan arriesgado a definir a Ciudadanos como una fuerza moderadamente afín, susceptible de ser su aliada de gobierno con prioridad sobre las izquierdas. No quieren quedar encajados en un esquema en el que las izquierdas sean sus únicas aliadas posibles. Y eso es, finalmente lo que explica también sus no menos intensos esfuerzos para marcar a Podemos y sus confluencias con el estigma de la intransigencia y la insolvencia política, salvo que acepten una función meramente auxiliar, subsidiaria.

A un mes vista de las nuevas elecciones generales, la pugna entre el PSOE y Podemos para alzarse como eje de la alternativa de izquierdas sube en intensidad, como era inevitable. Uno de los datos que todo el mundo vio en la noche electoral del 20-D fue que la suma de Podemos e Izquierda Unida superaba en votos al PSOE. Las direcciones de Podemos e IU extrajeron sus consecuencias, que eran de una lógica elemental: si las confluencias de izquierdas a las que Podemos se había sumado en Cataluña, Valencia y Galicia habían servido para alzarse nítidamente con la victoria, no había excusas para no extender la fórmula al resto de circunscripciones. Esto es el pacto Podemos-Izquierda Unida sellado hace unas semanas, el acuerdo Pablo Iglesias-Alberto Garzón.

Lo que viene sucediendo desde entonces es una acentuación de las tendencias: la confluencia de izquierdas en torno a Podemos sigue marcando al alza en las encuestas y eso la ha convertido en blanco de los ataques más furibundos, en los que a veces es difícil distinguir entre los que vienen de las derechas y los otros. La tendencia del PSOE es a la baja, poco, pero desesperante. No hay que ser profeta para prever que en las semanas que viene crecerá el nerviosismo ya perceptible en los entornos que se sentían cómodos con el sistema de alternativas PP-PSOE y que eso aumentará los intentos de descalificar a la nueva alternativa de izquierdas. Incluso con ideas tan peregrinas como pensar que el electorado español vota pensando en Venezuela.

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