En la ruina de las batallas perdidas
La televisión francesa ha emitido un documental sobre Federica Montseny
En 1983 tuve ocasión de hacer una larga entrevista a Federica Montseny. La grabó en vídeo el profesor Jaume Sureda para el archivo de historia oral de la universidad balear. Federica, la primera mujer ministra, sindicalista, escritora, había llegado a Palma para participar en un debate que tuvo lugar en el Teatro Principal. Grabamos nuestra conversación el día antes en una de las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, en el edificio de Son Malferit.
La anciana y longeva Federica conservaba su legendario vigor, una memoria nítida y una rara conciencia sobre el pasado, el curso de la historia y la marcha del tiempo. No me hablaba como la mujer tantas veces derrotada.
Antes de la primera pregunta recité un fragmento del relato dedicado por el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger a los republicanos y anarcosindicalistas exiliados en Toulousse. En la más española de las ciudades francesas, los héroes de las mil batallas perdidas, subsistían con sobriedad, haciendo de su austeridad el sustento de una insobornable independencia. Sin rencor ni odios ideológicos, ni banales ejercicios de nostalgia, vivían en modestas viviendas sin televisor, pero con libros.
Pertenecían a una generación que dio a la cultura y a la educación la más alta consideración moral. Pero la admiración de Enzensberger por los viejos compañeros de Federica no la conmovió. Recelando de la mitografía y avisada de lo que encubre el embellecimiento del pasado. Como si el reconocimiento al abnegado idealismo de aquellos hombres no fuera más que otro modo de redactar su epitafio.
Lo recuerdo ahora que la televisión francesa ha emitido un documental sobre Federica Montseny, L’Indomptable, dirigido por Jean-Michel Rodrigo. Allí aparecen fragmentos de mi entrevista a Federica y me cuenta el documentalista, Javier Campillo, bibliotecario del Instituto Cervantes en Toulousse, que no hay en los archivos ninguna otra intervención tan larga y completa como la que entonces quedó grabada y custodiada.
Le comento a Juan Luis Cebrián, el día que presenta la nueva novela de Fernando Schwartz en la Embajada de Francia, acompañado por un locuaz y simpático embajador, que al recordar a los españoles maltratados por la Historia (los judíos, los moriscos, los republicanos…) siento una desagradable sensación de amarga melancolía.
Los que conocí en mi adolescencia se distinguían por una singular generosidad vital, ajenos al instinto sectario que hemos visto fructificar en la política y en la prensa. Su extraña autonomía personal encarnaba un estilo de vida, una filosofía —en efecto, un anhelo de sabiduría— más que una doctrina para la predicación y la conquista del poder. Probablemente, mis recuerdos sean los restos deslavazados de un legado que no podemos comprender.
Nuestro avaro y celoso país de infinitas sectas, enemistado con el pasado y rival de su futuro, poseído por una feroz disputa consigo mismo. Este país nuestro, intratable, presto al chantaje, y a la infamia, militando siempre en la trinchera de enfrente, consiente de mala gana que los Reyes de España se vayan a Francia a homenajear a los héroes de La Nueve. La valerosa compañía de españoles, los primeros en entrar en Paris y arrancar a las tropas alemanas su rendición.
La novela de Fernando Schwartz, Héroes de días atrás, que presentaremos este próximo jueves en la librería Literanta, dramatiza los testimonios que reunió la periodista Evelyn Mesquida y nos devuelve mediante la ficción el recuerdo de los españoles que contribuyeron al fin de la satánica gobernación de los nazis. La única guerra en la que desfilaron como vencedores.
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