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Versos sin rima

El peculiar y brillante cuarteto sevillano se apunta un gran éxito de convocatoria al margen de cualquier convención

El grupo Pony Bravo durante su concierto en Madrid.
El grupo Pony Bravo durante su concierto en Madrid.Fernando Neira

Oh, maravillas del boca a boca. O incluso, no seamos descreídos, de esa añeja pero hermosa práctica que es la lectura del periódico. Pony Bravo es un cuarteto de diletantes sevillanos, un maravilloso verso sin rima que, para poner las cosas más difíciles, acumula tres años sin molestarse en registrar un nuevo disco. No parece la candidatura más segura para pronosticar la complicidad de la congregación (hoy no nos atreveremos a hablar de tribus), pero 750 personas se acercaron este jueves por el Teatro Barceló para empaparse de ironía, sagacidad y lisergia.

Había algo de estrafalario en la ceremonia, y más si sumamos el ácido de los oficiantes a las abundantes gorritas de chulapo que el patrocinador de Sound Isidro distribuyó entre los asistentes. Pero quizá en ello radica el encanto de esta historia: los Pony conservan la milagrosa capacidad de asombrar, van a su bola y no se parecen a nadie, salvo que apelemos a Captain Beefheart o a un Kiko Veneno sobrepasado por la química.

El nervio se manifiesta incluso en la atípica alternancia, sin motivo aparente, que Darío del Moral y Pablo Peña se traen a cuenta de la guitarra y el bajo. Parece una plasmación del carácter irredento de la banda, que a rato se vuelve tan absorbente y reiterativa como Jefferson Airplane (El Mundo Se Enfrenta a Grandes Peligros) para luego decantarse por el blues asilvestrado (El Rayo) o hacer escala en la canción tradicional andaluza. Avisemos: Niña de Fuego, con sus teclados de mercadillo, o la morísima Zambra de Guantánamo alcanzan niveles mucho más alucinógenos que todos los Solynieve y derivados.

Hora y cuarto de concierto basta para que el trajín sea incesante en la caja de las sorpresas. Mangosta representa una reinterpretación delirante del mambo, a la manera de Oye Cómo Va. Y no será la única vez que el espíritu de Santana asome junto a la bola de espejos: el bajo de La Rave de Dios casi calca el de Jingo. Salpimentémoslo todo con unas gotas de distopía (Eurovegas, El Político Neoliberal) y fulminantes inyecciones de sarcasmo (Mi DNI, la bailonga Ibitza), y tendremos ante nuestros oídos un menú absolutamente insólito. El cantante Daniel Alonso, responsable de gran parte de esta imaginería pintoresca, no ejerce el liderazgo escénico ni aprovecha el paso por la capital para dar a conocer sus planes futuros. No pretendan ponerles cercos: estos chicos van a su aire.

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