Ser y parecer un escritor
‘Trumbo’ rememora la caza de brujas en Hollywood, una guerra ideológica que marcó el cine y la cultura desde entonces
Por aquí descubrimos a Dalton Trumbo cuando en los primeros setenta se estrenó Johnny cogió su fusil, dirigida por él mismo a partir de su novela de 1939. Un relato agobiante sobre un joven soldado de la I Guerra Mundial que despierta en un hospital amputado de brazos y piernas, la cabeza vendada, con un mínimo de vida cerebral que le permite recordar. Una historia que Trumbo adaptó al cine en los años Vietnam, conmoción pacifista en los EUA nunca repetida. Luego supimos que también hablaba de su propia historia: la amputación que supuso para él y sus colegas escritores estar en la Lista Negra de Hollywood de 1947.
Cuidado con lo que escribes, puede que pensara Trumbo. No sólo porque su Congreso se estaba saltando de manera clamorosa la primera enmienda de la Constitución que garantiza la libertad de expresión (de la que también nos hablaba la semana pasada el cineasta Wiseman en la filmoteca para explicar cómo consigue rodar sin restricciones sus insobornables películas en las instituciones públicas). No sólo por eso, por reducir a interpretable la primera enmienda según las circunstancias políticas. También porque lo que Trumbo imaginó cuando terminaba la Guerra de España y aún no había empezado la mundial estaba hablando de lo que le sucedería a él mismo. El arte es a veces un reloj que adelanta.
El Congreso dijo basta: quien está en el negocio del cine no debe creer ni menos defender que le está permitido expresar en público opiniones políticas a contracorriente. No se juzgaban los guiones, sino a los guionistas. Puedes ser como John Wayne, eso sí, vocero de lo más conservador que perora sobre el patriotismo durante la II Guerra Mundial que había terminado sin él para nada, ni en el frente ni en la retaguardia. Pero no puedes ser el elegante urbanita Dalton Trumbo: no contento con ganar 4.000 dólares a la semana, por el éxito y el dinero que daban sus cintas, se había alistado en 1942 al Partido Comunista. Un Swimming Pool Soviet, un “soviet con piscina”. Hasta ahí podíamos llegar. Un radical rico, por favor…
De todo esto habla la película de Jay Roach, a menudo en escorzo y con un deje jocoso que no lleva la sangre al río. Ahí está la gran Helen Mirren como la vitriólica columnista derechona Hedda Hopper de aquella caza de brujos. Había que eliminar la posibilidad de que una película moderna, amable y civilizada como Vacaciones en Roma apareciera firmada por un comunista. La escribió Trumbo bajo seudónimo, que así se ganó la vida durante trece años, redactando casi siempre bazofias mal pagadas, tras pasar un año en la cárcel. Hasta que su nombre reapareció en 1960 en los créditos de Espartaco y Éxodo. El estreno de Espartaco fue un escándalo, que sólo se acalló cuando el presidente Kennedy fue al cine y defendió la peli al salir, ante la tele.
Para ser un escritor de los nuestros debes parecerlo. Hollywood machacó por ello de manera bien visible a los hombres más que a las mujeres del negocio. Aunque las hubo, claro, entre tantos profesionales vetados que se quedaron sin trabajo y entre los que se quitaron la vida.
El guión, que para Hollywood es el sistema de control financiero y narrativo, ha dado buenos frutos críticos e imaginativos. Pero a partir de la guerra fría a menudo se ha adocenado hasta ser un simple instrumento de guerra ideológica y de puro consumo de imágenes que nos ciegan, que impiden ver nada más. Lo que no ha evitado, y esa es otra de sus grandezas, que periódicamente Hollywood sea el escenario de batallas renovadoras, como la del mismo film espartaquiano. Incluso se le debe, por reacción, el cine independiente. Pero continúa siendo decisivo que, por su poderío industrial, lo que sucede en el cine americano se traslada a la cultura entera, devaluándola.
Así, la guerra fría empezó en el cine. “Esta es una guerra muy nueva”, dice alguien en la peli, “fíjate que todavía no existe…” Imposible nombrar entonces esa guerra cultural, cuyos inicios se cifran hoy entre 1947 y 1949. Lo hemos visto y oído otras veces, pero muchos no lo conocen, ni en los EUA. De ahí el acierto que el protagonista sea Bryan Cranston, el de la inquietante y multipremiada serie Breaking Bad.
Toda obra de arte explica una historia y tiene una historia. Conocer la una y advertir la otra nos hace más adultos, menos vulnerables, más libres. Sea arte comercial o del otro. Hay ideas muy agudas en este filme, como cuando Trumbo dice que escribir cosas malas da mucho más trabajo que escribirlas buenas.
Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.
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