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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hay un espacio vacío

Cuando un partido dice que quiere refundarse es que está muy mal. Pero lo peor para Convergència es que ahora no sabe si refundarse o cambiar de nombre. Y, en todo caso, Mas tampoco puede pilotar ningún cambio

Francesc de Carreras

La política catalana, bajo la capa del independentismo, experimenta variaciones diversas que confluirán seguramente en un cambio profundo en su sistema de partidos. Uno de los cambios más visibles es que Convergència (CDC) se está esfumando, parece en fase de desaparición, a la vista de todos. El que fue durante tantos años el partido central, el famoso pal de pallerque vertebraba la política catalana, ya hace un tiempo ocupa otro lugar, más secundario y marginal, desde hace años no es lo que fue. Pero es que ahora, en este curso, tras el último ciclo electoral, corre serio peligro de que le suceda como a UCD o el PCE/PSUC: una vez se desploman, aunque sigan existiendo, nunca volverán a ser como antes, sólo quedan unos cargos y carguillos que simplemente se limitan a administrar.

Cuando un partido dice que quiere refundarse es que está muy mal y Artur Mas ya hace muchos meses que empezó a utilizar este término. Pero lo peor ahora es que no saben si refundarse o cambiar de nombre, si son independentistas o soberanistas, si su líder es Mas o Puigdemont. Van deshojando la margarita ante un público desconcertado: refundación o el cambio de nombre, independentismo o soberanismo, es como averiguar el sexo de los ángeles, no se sabe muy bien que significa. Pero los nombres propios, las personas de carne y hueso que deben liderar, ya es otra cosa, son más fáciles de entender, son los que dan confianza.

Y quizás es en los nombres donde la confusión es mayor. Cada vez es más claro algo que parecía mentira que fuera oscuro: Artur Mas no puede pilotar ningún cambio. La razón es obvia: él ha sido y sigue siendo una parte del problema. Es hombre inteligente y capaz para unas cosas pero negado para otras. Entre lo segundo, el olfato político. No lo tiene, le falta instinto, le sobran racionalismo y neuronas pero no sabe ver cómo imperceptiblemente crece la hierba bajo sus pies.

Es lo que ha demostrado en estos años. No supo ver que su radicalismo con el nuevo Estatut provocaba el crecimiento de ERC; que con su apuesta a favor del concierto económico fomentaba el independentismo y que en su empeño en celebrar una consulta ilegal disparaba las expectativas de la CUP y En Comú Podem. El corrimiento de las fuerzas políticas catalanas hacia la izquierda es en buena parte causado por la torpeza de Artur Mas. Se estudia los temas, es un magnífico parlamentario, habla bien inglés y francés, pero es un mal político. Le falta olfato, le sobra arrogancia.

Quizás Puigdemont, desconocido hasta fin de año excepto en Girona, pueda coger las riendas, no lo sé, seguramente nadie lo sabe. Porque los otros dos candidatos que parecen trabajar la sucesión bajo mano, los señores Jordi Turull y Germá Gordó, demuestran el bajo nivel en el que está el partido. Quizás son eficaces parlamentarios y conocedores de las interioridades de CDC pero, francamente, no tienen ningún relieve público, ni creo que lleguen a tenerlo. Quizás son listos, pero no son líderes con autoridad para enderezar las cosas. Turull y Gordó, vayan por la calle y pregunten, coméntenlo con los amigos, ¿quién los conoce?

Realmente, CDC ha cometido muchos errores en quince años. Quiso hacerse independentista para que no los absorbiera ERC cuando muy buena parte de sus votantes no lo eran ni lo serían: ERC los ha absorbido. La sensación de partido corrupto le ha hecho un gran daño, primero violando el templo sagrado del Palau de la Música (por cierto jueces de Cataluña, ¿cómo va la cosa?), después por el escándalo de los Pujol. Ciertamente, no estaríamos hablando así de CDC si el gran patriarca aún fuera el que fue.

Pero tercero, y esto es nuevo y muy relevante, porque sus escarceos con el independentismo, la convocatoria de manifestaciones masivas, el bombardeo mediático sobre quién la dice más gorda, han sido el caldo de cultivo de la aparición y éxito electoral de un populismo de izquierdas, de la CUP a Colau y sus confluencias podemitas, que han asustado tremendamente al tradicional votante centrista convergente. Ya no les votará nunca más, ya no se fía, hasta ahí llegó. La renuncia de CDC a su tradición deja votantes huérfanos. Como dice un conocido bolero, “cuando un partido se va, deja un espacio vacío…”. Todo un reto para otros partidos.

Francesc de Carreras profesor de Derecho Constitucional.

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