Una pica en Flandes
María Espada se presenta con un programa original, denso y exigente, muy lejos de los caminos trillados habituales
Tras 22 ediciones, bastan los dedos de las manos para dar cuenta de los cantantes españoles que han actuado en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela, uno de los más prestigiosos del país, en parte por la atinada y muy rigurosa selección de intérpretes. Y en él acaba de debutar María Espada, un nombre sobre todo familiar en el ámbito de la música antigua y las interpretaciones historicistas, que se presentó con un programa original, denso y exigente, muy lejos de los caminos trillados habituales.
De entrada, este debut parecía un desafío extraordinario, pero el éxito fue incontestable y nadie podrá negarle que, ante un público que discierne, y mucho, se ha ganado de sobra el derecho a volver.
Espada calentó motores y templó nervios con cinco miniaturas folclóricas moravas transcritas por Leoš Janácek, en las que ya dejó constancia de la calidad de su voz y su delicada musicalidad. Los sencillos textos iniciales pasaron luego a ser palabras mayores (de Rilke y Verlaine) transformadas en canciones por Ernst Krenek y Claude Debussy. Fueron dos elecciones de alto riesgo, de las que Espada salió muy airosa en lo musical y algo menos en lo idiomático.
Esta carencia quedó atrás en las canciones en español e italiano que la cantante ofreció en la segunda parte. Las de Rodríguez de Ledesma y Gomis sonaron como un guiño de Espada a su larga trayectoria en la recuperación de obras olvidadas, mientras que las ariette de Bellini mostraron la afinidad de la cantante para dibujar perfectas líneas belcantistas.
Lo mejor llegó en el imponente escollo final, fruto de nuevo de la comunión de un poeta (Petrarca) y un compositor (Liszt) mayúsculos: Espada propuso una versión tersa, despojada e italianizante de Los tres sonetos, y el intenso segundo terceto del primero marcó, quizá, el punto más alto del recital.
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