Un culé ortodoxo
Quiero leer ‘Confessions d'un culer defectuós’, de Sergi Pàmies, para saber cómo se puede ser del Barça como yo sin ser antimadridista
Siempre me reservo para el día de Sant Jordi la compra de algunos libros. El sábado adquiriré el nuevo de Sergi Pamies, Confessions d´un culer defectuós. Lo compraré por varios motivos. No será el menos urgente que su autor confiese que no es antimadridista. Yo nunca podré escribir un libro donde confiese que no soy antimadridista. Aunque quisiera hacerlo, aunque más no fuese para quedar bien con algunos amigos.
Cuando desde Buenos Aires llegué a Cataluña, un 16 de abril de 1970, yo era hincha de Boca Juniors. Una vez llegado, y a los pocos días de alojarme en una pensión de Conde del Asalto, hice dos preguntas al dueño del tenebroso hospedaje. ¿Cómo era el Barça? y ¿cuál era el diario donde salían las ofertas de empleo? Con eficiente criterio pedagógico, el hombre me contestó que el Barça era uno de los clubes más importantes de la liga española. Y que si quería encontrar trabajo, comprara La Vanguardia, un diario serio, acotó. Me hice del Barça y me olvidé para siempre del club de mi niñez. Como también me olvidé del Clarín y La Opinión. Y así fue como entró en mi imaginario La Vanguardia, como luego se sumaron El Telexpres y más tarde EL PAÍS.
Estas sustituciones casi urgentes fueron capitales en mi proceso de aclimatización a mi nueva geografía de adopción. En estas cuestiones siempre fui muy pragmático. Oficié un rápido proceso de desargentinización. Y como sin patria no es muy cómodo sobrevivir, adopté la muy honrosa patria del Futbol Club Barcelona. Con el tiempo fui agregando otras. Ahora me interesa hablar de por qué me hubiera gustado ser un culé tan defectuoso como Pàmies.
Diría que soy un culé de manual. Respetuoso con los adversarios. Menos con el Madrid. Como algunos son temerosos de Dios, yo lo soy del Real Madrid. Cambié el respeto por el miedo. Lo fui con el Madrid de la Quinta del Buitre, lo fui cuando jugaba Juanito. Terror sentía solo de pensar en Hugo Sánchez y en sus acrobáticos festejos. Y terror siento ahora cuando leo Cristiano Ronaldo, un peligrosísimo hombre de área que no sale en los papeles de Panamá, como seguramente quisieran que saliera otros culés infinitamente más ortodoxos que yo. Más perfectos.
Comencé a ir al Camp Nou en la temporada liguera del 73-74. Comencé a ser un culé lo más perfecto posible cuando Johan Cruyff fichó por el Barça. Un traductor danés que trabajaba para Alianza Editorial traduciendo del danés al castellano los autores de su país (y amigo personal de Carlos Barral y Monserrat Sabatés, su cálida y generosa secretaria de entonces), me dijo en cuanto se concretó el fichaje que lo fuera a ver jugar sin falta. Por favor, no te lo pierdas, remató. Lo había visto jugar en el Ajax. Es un fenómeno, te envidio. Me lo dijo así, con cierta melancolía futbolera, porque vivía en Galicia. Y le hice caso. Y así fue como mi condición de culé se acentuó hasta grados casi perfectos.
El manual del culé indica en sus tácitas instrucciones que siempre, independientemente de los resultados del Barça, se ha de procurar rezar para que el Real Madrid pierda. Si el Barça gana, miel sobre hojuelas. Pero si pierde, como lo está haciendo estos días de forma escandalosa, entonces una derrota sangrante del Madrid es el mejor consuelo que te puedes regalar. Por ejemplo, ahora mismo es altamente probable (y posible) que el Madrid gane la Liga y la Champion. Algo parecido sucede con el Atlético de Madrid, que puede ganar ambos trofeos. Pero al culé (perfecto o casi perfecto) le gustaría, suponiendo que se produjeran los más negros vaticinios (que es parte consustancial de todo culé que se precie, vaticinar lo peor), que la Liga y la Championes la ganaran todos (el Bayern, el Manchester City o el Atlético), menos nuestra bestia negra.
Por ello quiero leer ese libro de Sergi Pàmies. Quiero saber cómo se puede llegar a ser culé sin ser antimadridista. Juro y rejuro que he practicado diversas maneras de elogiar al eterno rival. Practiqué maneras diversas de justificar una derrota suya contra contrarios minúsculos. O lamentar derrotas contra adversarios de postín. Pero no me sale, tal es mi ortodoxia culé. Cuando me encuentro en horas bajas en mi condición de culé, repaso los videos de las épicas derrotas que le infligía el Tenerife.
Pero celebro sinceramente que existan culés defectuosos. El mundo con culés como yo, sería irrespirable.
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.
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