Una utopía a examen
David Bravo opina que las Rondas son las nuevas murallas de Barcelona y clama para suprimirlas
Les voy a contar una utopía y ustedes dirán. Se trata de convertir las Rondas en suelo urbano. Primero se las considera un túnel de transporte público y se pone una lína de tranvía en los dos carriles centrales, a los cuales se accedería mediante escaleras mecánicas. Las estaciones, en un andén central. Los otros dos carriles por lado serían para transporte público y mercancías. Traducido: sin coches. Ese espacio tunelificado se cubriría con edificios no demasiado altos, continuados —desechando la nefasta tendencia actual a construir en bloques, opino yo—, que se sustentan en los muros de contención de la Ronda y pilares agregados, nada que se aleje de lo que es un edificio con parking subterráneo. Esa construcción, que daría la vuelta a la ciudad por sus bordes, taparía la Ronda sin coste público: las parcelas se entregarían a cooperativas y pequeños grupos inversores que harían vivienda buena, bonita y barata, con un porcentaje dedicado a alquier social.
Me lo cuenta David Bravo. Lo mencionaba en el último artículo y me llamó para que habláramos. Quería contarme cosas, quería contarme su versión de la realidad, y nos sentamos una mañana en el mágico jardín del Ateneu, con una cerveza. Este hombre habla por los codos: es joven y es puro entusiasmo. Es parte de esa generación de arquitectos —yo lo definía como “comprometido”— que le da la vuelta a la profesión para escaparse del mercado, para ampliar el campo de vista englobando gentes, equilibrios y espacios que el mero constructor no suele ni ver. Son arquitectos que planifican y proponen: abundaban cuando los inicios de la democracia. Cambiar el mundo. David Bravo, no sé si lo han notado, no tiene en cuenta la circulación privada, los coches. Es uno de los grandes temas del Ayuntamiento actual.
Bravo argumenta que las Rondas son las nuevas murallas de Barcelona y, como los higienistas del XIX, clama por suprimirlas. Las Rondas son una muralla económica, dice, sonriente como un cooperante, porque fue la factura principal de los Juegos Olímpicos. Doy un respingo: la factura se firmó en los años 80 y, sin Rondas, hoy Barcelona directamente no existiría. Se habría hundido en sus propias aguas freáticas por el peso del atasco perpetuo. La mobilidad es sangre fluyendo por las venas y las embolias son peligrosas. Una vez, hablando con un amigo, dije que los romanos consideraban ciudad a aquellas agrupaciones que tenían acueducto y alcantarilla y que, en el siglo XX, era ciudad lo que tenía movilidad y cultura. Ahora no recuerdo por qué puse el acento en esas dos cosas, que hoy quizás no elegiría, pero son espíritu y libertad, y eso no es poca cosa.
¿No es mejor crecer en suelo metropolitano? ?Repartir población, como decía Joan Clos?
Este arquitecto de la utopía tiene razón cuando dice que el coche decaerá porque no es eficiente como transporte, es demasiado individual. Apunta además que la gente que huyó de la ciudad hacia el verde —”la clorofila”, dice— acabará volviendo como los ricos vuelven al centro de Boston porque necesitan barrio y comercio y paseo bajo los tilos. Vuelven ahora que el centro de Boston es practicable y encantador. David Bravo dice entonces: preparemos la ciudad para ese futuro. Y al escribirlo recuerdo otra anécdota. En una campaña municipal, el candidato Joaquim Molins, serio, desabrido, dijo que Barcelona perdía población y eso era síntoma de decadencia; entonces el candidato Joan Clos contestó que las ciudades maduras no crecen de forma indefinida sino que tienden a equlibrar el territorio, repartiendo la población, y todo el mundo vio que tenía razón, que sabía más, y ganó las elecciones. Inmediatamente después llegó la ola migratoria del 2000 y Barcelona se llenó de nuevos vecinos.
Imaginar el futuro es peligroso si ponemos en juego el presente, porque el futuro es impredecible. La ciudad, dice Bravo, es “convivencia y supervivencia”, y suena bien, y nos remite a la ciudad de las personas que proclama el Ayuntamiento actual, que no sabe del todo qué hacer con los coches pero los señala con dedo acusador. La ciudad es un artefacto complejo, de tránsitos superpuestos, de afanes y trabajos, y hay que entenderla en su totalidad, en sus conflictos, en sus reglas no escritas, para que el conjunto funcione. Me imagino las Rondas edificadas: 80.000 pisos donde ahora hay aire, contaminado pero libre: espacio, horizonte de todos. ¿No es mejor crecer en suelo metropolitano? ¿Repartir población, como decía Joan Clos?
Patricia Gabancho es escritora
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