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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Testigos de cargo

Dos veteranos periodistas, Wilfredo Espina y Lluís Foix, explican en sus memorias lo mucho que han cambiado las condiciones en que se ejerce el periodismo

Francesc de Carreras

En los últimos meses han publicado sus memorias dos veteranos muy, muy, buenos periodistas, de generaciones distintas, estilos muy diferentes pero con un elemento común: la defensa de los valores periodísticos, es decir, independencia, objetividad, rigor, conocimientos. Ambos entienden su oficio como un fin en sí mismo, no como un medio para alcanzar otros objetivos. Se trata de Wifredo Espina (Quan volien silenciar-me, Pagés editor) y Lluís Foix (Aquella porta giratòria, Destino). Espina fue pieza clave de la gran época de El Correo Catalán, allá por los años sesenta y primeros setenta del siglo pasado. Un cambio empresarial propició que Andreu Roselló fuera nombrado director y Manuel Ibáñez Escofet subdirector, un dúo que se complementaba bien. Al poco se les unió Wifredo Espina como subdirector de opinión y editorialista, aunque su influencia en aquellos años fue debida sobre todo a su colaboración diaria titulada Cada cual con su opinión.

En aquellos tiempos la crítica política era imposible y, tras la Ley de Prensa de 1966, peligrosa. Pero Espina consiguió practicarla. ¿Cómo? Buscando subterfugios con inteligencia, habilidad y sutileza. En textos muy breves, se limitaba a señalar datos o comentar lo ya publicado con un tono de apariencia inocente pero con un fondo netamente subversivo: se destacaban disparates obvios, se buscaban incongruencias y contradicciones de la dictadura, en definitiva se criticaba, pero… ¡como ya se había publicado! Se trataba de “escribir entre líneas para que te leyeran también entre líneas”, dice. Su habilidad era endiablada, hasta la muerte de Franco su influencia fue enorme. Con la democracia parecía que desaparecería la censura y no habría que escribir entre líneas. No fue así en El Correo Catalán. Un grupo de accionistas encabezado por Jordi Pujol pasó a controlar el periódico. No solo siguió la censura sino que hasta el propio Pujol escribía editoriales. Allí comenzó la decadencia del periódico que acabó desapareciendo a mediados de los años ochenta. Pujol y la prensa son capítulo aparte para explicar aquellos 23 años de “dictadura blanca”, en palabras de Tarradellas, que han dejado las secuelas populistas hoy tan visibles.

Lluís Foix, hoy más activo que nunca, tal como sucede a veces con los jubilados, ha escrito unas divertidas memorias en que se recuerdan especialmente las peculiaridades de esa institución catalana que es La Vanguardia, desde 1969 en que entró como simple traductor hasta 1983 en que fue nombrado director por unos breves meses. El libro está escrito con voluntad de estilo: la prosa directa, aparentemente desgarbada, pero cuidada e irónica, al modo planiano, muestra la capacidad literaria de este periodista cosmopolita. Por ejemplo, es una delicia el contraste entre las redacciones de entonces y las de hoy. “Los instrumentos clásicos del redactor”, dice, “eran el bolígrafo, el lápiz, la tijeras, una montaña de cuartillas de papel marrón, rústicas y de mediocre calidad, un bote de pegamento con su pincel algo asqueroso y la máquina de escribir aparcada al lado”. Y en cuanto al ambiente: “En aquella redacción se hablaba, se bebía, se fumaba y se criticaba a todo el mundo, los de dentro de la casa y los de fuera (…). Las risotadas eran habituales. En este aspecto, hoy las redacciones son más silenciosas y desconfiadas. Se habla por las redes sociales a veces desde el anonimato. Se habla menos. Los ordenadores y las nuevas tecnologías han hecho enmudecer las salas de los diarios que a menudo se parecen a los espacios silenciosos de los hospitales”.

Y también es magistral el relato de algunas trifulcas internas y la forma en que retrata los personajes que entran en escena, empezando por el actual editor Javier Godó y, muy especialmente, su padre, don Carlos. Foix no se corta un pelo, conoce bien el talante liberal de los propietarios. Por ahí aparecen redactores expertos como Antonio Carrero, sabios universales como José Casán Herrera, primeros espadas como Santiago y Carlos Nadal, Lorenzo Gomis o Jaime Arias, el director Horacio Sáenz Guerrero, corresponsales históricos como Ángel Zúñiga y Tristán La Rosa tratados con un punto de acidez o los entonces jóvenes amigos Lluís Permanyer y Tomás Alcoverro. Por encima de todos destaca el extraordinario retrato de un personaje indescriptible: el gran Álvaro Ruibal. A veces se alarga en describirlos, a veces la clave está en una frase lapidaria: "Horacio siempre mostraba una gravedad concentrada". Exacto.

Foix ha escrito un gran libro, esperamos anhelantes que cumpla la prometida continuación.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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