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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un pasado digital

Wesseltoft, Schwarz y Berglund desplegaron su jazz-rock digital en el festival Mutek

Bugge Wesseltoft en la actuación dentro del festival Mutek.
Bugge Wesseltoft en la actuación dentro del festival Mutek.CONSUELO BAUTISTA

Curioso y entretenido paseo por el tiempo de la mano del Mutek, el festival de creatividad digital que ocupó diversos espacios de Barcelona durante el pasado fin de semana. Uno de sus conciertos más significativos fue acogido por el Barts, que con todo el público sentado en butacas sugirió un cruce de intereses entre los que celebraban el carácter puntualmente bailable de la propuesta del trío que ocupaba la escena y los que deseaban un silencio más ceremonioso para adentrarse sin molestias en los ámbitos más paisajísticos del concierto. Es lo que ocurre con propuestas como la formulada en “Trialogue”, el disco que presentaban Bugge Wesseltoft, Henrik Schwarz y Dan Berglund. O lo que es lo mismo, teclista, percusionista y contrabajista al servicio de una suerte de jazz de fusión que caló más profundo cuanto más rítmico resultó.

La propuesta del trío parte del jazz fusión con aires contemporáneos para acabar repasando el jazz-rock de los años setenta manufacturado con los recursos tecnológicos que ofrece el nuevo siglo. Esto fue así gracias principalmente al trabajo de Henrik Schwarz, un productor de house transmutado en batería digital para la ocasión. En otras palabras, lejos de proponer un ritmo fundamentado en una paleta limitada de sonidos, Schwarz desplegó una ingente cantidad de tonalidades, texturas y cromatismos rítmicos que soportaban la base de los temas junto con el contrabajo de Dan Berglund, capaz de extraer de su instrumento cuando convenía sonidos próximos al de la guitarra. Pero la aportación de Schwarz iba más allá, pues incluso su gestualidad era la propia de un batería, solo que el final de sus movimientos no lo suponía el impacto de la baqueta sobre los parches, sino la precisa y casi quirúrgica manipulación de los mandos de su instrumental con la pinza formada por pulgar, índice y corazón. Era en sí todo un espectáculo, la colisión entre un movimiento corporal propio de los tiempos analógicos que tenía como resultado la sonoridad digital.

Estilísticamente, el concierto tuvo fases de paisajismo lírico, ese tipo de música que suele ser consideraba bella en la misma medida que lo fue la que Keith Jarrett facturó para ECM también en los años setenta, un acercamiento más que decidido al jazz rock servido por piezas que evocaban, bastante, tanto a Chick Corea como, en menor medida, al Joe Zawinul de Weather Report y algunos momentos, breves, de be bop digital, fraseos de inspiración clásica y algún efluvio de Kraftwerk. Incluso algunos solos de bajo tratado, por cierto, también los hubo de batería digital, sorprendentes, evocaron a un cruce entre Palle Danielsson y Charlie Haden. Por su parte, Wesseltoft alternó piano acústico con teclados digitales y Fender Rhodes, buscando siempre eso que tópicamente se llama belleza, no otra cosa que fraseos calmos de carácter melódico, pura delicadeza en ocasiones muy repeinadas. No faltaron piezas más percusivas para que no todo resultase tan plácido, añadiendo algo de riesgo ni que fuese solo, y limitadamente, formal. En conjunto un concierto entretenido que, como resulta habitual, tomó altura para buena parte del público cuando se tornó más rítmico y bailable, con sonidos bastante originales –incluso de chapas vibrando- para escapar de lo más manido. Una noche de jazz rock digital. El pasado revisitado con los nuevos trastitos del presente.

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