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El ‘avaro’ Joan Pera se ciñe a su papel

El actor celebra medio siglo de vida en los escenarios protagonizando el clásico de Molière en el Teatro Goya

Joan Pera reprende a uno de sus criados, interpretado por Oscar Castellvi.
Joan Pera reprende a uno de sus criados, interpretado por Oscar Castellvi. David Ruano

Joan Pera no está acostumbrado a interpretar personajes violentos. Durante años fue el compañero entrañable, la otra mitad de La extraña pareja, el dúo exitoso que formó con Paco Morán. Por eso le costó, después de tanto tiempo acomodado a una faceta teatral más divertida, cambiar de registro y empezar una función agrediendo a un criado al grito de “¡huye inmediatamente de mi casa, profesor de gamberros, carroña!”. Con estas palabras tan duras Pera irrumpe desde este mes en el escenario del Teatro Goya. El actor celebra medio siglo dedicado a la interpretación haciendo un ejercicio de gimnasia teatral: Pera se pone en la piel de Harpagon, el viudo usurero, quisquilloso y tremendamente codicioso que protagoniza L'Avar de Molière. La obra, en cartel hasta el 1 de mayo, está dirigida por Josep Maria Mestres con un elenco de diez actores, entre los que se encuentra Josep Minguell, Manel Dueso o Júlia Barceló. El texto es una adaptación de Sergi Belbel estrenada en el Festival Grec.

“Esa escena (la de la agresión) me consternaba. Es que yo no soy así para nada. El director me dijo: “Pégale de verdad”. Yo me negué, pero de cada vez lo hago más...”, cuenta el actor. Ahora, para él encarnar a Harpagon es un regalo. Sin embargo, tres meses atrás no pensaba lo mismo. Al contrario. Tras tantos años alejado del teatro clásico Pera llegó a creer que la propuesta del Goya estaba “envenenada”. “Para mí ha sido un poco difícil. Estoy acostumbrado a acomodarme los textos a mi manera de hacer, jugar, salir de la escena, hacerme mío al público. Y aquí no he podido mover ni una coma, ni un punto”, explica el actor. Apenas hay rasgos del Pera habitual “aunque algo hay en algún gesto, en una mirada...”, se excusa. Y Mestres solo le ha permitido una salvedad: “Él cae bien al público, conecta con él. Contra eso no puedo hacer nada”, detalla el director.

Harpagon tiene una larga lista de defectos: es déspota con los criados, quiere casarse con la enamorada de su hijo y que su hija se despose con un hombre mayor porque le ha prometido que no hace falta pagar dote. El viejo esconde dinero en el jardín y cree que su vástago le roba porque va muy bien vestido. Uno de sus criados, incluso, da parte de su comida a los caballos para que no se mueran. Harpagon no quiere gastar nada, a pesar de que podría hacerlo con creces. Es tremendamente avaro. “Siente amor por el dinero. Necesita tenerlo, tocarlo”, relata. “Y salgo feísimo al escenario”, agrega Pera. 

Aún así, la obra sigue siendo una comedia. Sus defectos rebotan en los demás personajes, que contraen otros males. “En el mundo en el que vivimos a las personas como yo el cielo solo nos ha dado de rentas la intriga y las malas artes”, estalla por ejemplo una celestina, Frosina, que enreda aún más las vidas de la familia. Molière subtituló la obra como Escuela de la mentira. “Y eso nos dice mucho”, desgrana Mestres.

“Es de las comedias más redondas que he hecho nunca. Molière quería ser edificante haciendo reír. Y todo está en el texto. Nos habla de la condición humana, no de lo que nos ocurre, eso ya lo hacen los contemporáneos”, añade Mestres, que ha querido que cada palabra caiga “en su sitio, como un dardo”, huyendo de preciosismos. Pero, además, el director también desea que el público salga del teatro con deberes: “Hay que confrontar lo que ocurre en L'Avarcon lo que pasa en Europa con la crisis de los refugiados porque todo eso resuena en la obra y te lo llevas a casa después de haber reído”.

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