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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vuelve el Parlamento

Sin la mayoría absoluta, el legislativo recupera el verdadero sentido de la democracia: dar voz a los ciudadanos

Josep Ramoneda

1. Con su voto del 20-D, los ciudadanos han devuelto al poder legislativo la centralidad que le corresponde en un régimen parlamentario y que los dos grandes partidos le habían arrebatado en beneficio del poder ejecutivo, amo y señor en el reparto de poderes. En cierto sentido, se podría hablar de retorno del régimen político a su momento fundacional. Porque en los primeros años de la democracia, pese a la incultura caudillista de la que veníamos, el parlamento fue el eje central de la vida política.

Lo fue como espacio simbólico (la imagen de Dolores Ibarruri y de Rafael Alberti en la mesa de edad de la sesión de constitución del primer parlamento quedó como un signo inequívoco de ruptura), lo fue como asamblea constituyente y lo fue como escenario de la confrontación democrática, con momentos de altísima tensión. Vuelve el Parlamento como clave del régimen y se nota la falta de entreno de una clase política demasiado acostumbrada al ordeno y mando del todopoderoso presidente del gobierno.

2. Se habla mucho estos días de la transición, con cierta melancolía y con las deformaciones propias del paso del tiempo y de la memoria. Se trata del período que se abre con la muerte de Franco y culmina con la mayoría absoluta del PSOE en 1982, que es el momento en que la transición se pueda dar por terminada, aunque su ratificación final fuera la firma del tratado de adhesión a la Unión Europea en 1985. De estos años surgió el mito de los consensos de la transición al que se apela sistemáticamente estos días en que la política española ha entrado en una grado de imprevisibilidad que no se había dado desde entonces. No sé qué transición vivieron o quien se la ha contado. Porque más allá de los acuerdos que permitieron consensuar la nueva Constitución, no fueron precisamente unos años tranquilos. ¿O es que nadie se acuerda de cómo despellejaron a Adolfo Suárez sus socios de la UCD, en medio de los ruidos de sables incitados por los poderes del antiguo régimen empeñados en acabar con el experimento en curso y volver a la dictadura, o de cómo le remató el PSOE en una despiadada campaña contra él? Aquellos episodios han hecho tradición: todos y cada uno de los presidentes han tenido que soportar antes de salir una despiadada campaña de descalificación política y moral. Todos excepto Rajoy que se ha hundido solo.

3. Al promover, con su voto, un mayor protagonismo del Parlamento, los ciudadanos han provocado una cierta revolución en la cultura política instalada. La última legislatura ha sido un compendio de lo peor de las mayorías absolutas: arrogancia, desprecio al Parlamento —ni una sola comisión de investigación pese a la avalancha de casos de corrupción del PP, ausencia de debate en cuestiones fundamentales como el rescate de la economía española—, ninguneo de la oposición, uso partidario —o mejor, patrimonial— de las instituciones del Estado, recorte sistemático de derechos y libertades. Liberada la política del corsé de la mayoría absoluta, la percepción es de confusión pero también de mayor amplitud de juego. Y lo primero que se ha constatado es que nada daña tanto a la política democrática como la resistencia a asumir responsabilidades. Apoyado en su mayoría absoluta, Mariano Rajoy se negó a afrontar como era debido el caso Bárcenas. Y ahora él y todo su partido lo pagan. Hace dos meses en campaña electoral, Mariano Rajoy todavía alardeaba de haber salvado la economía española. Ahora, anda noqueado por la corrupción, incapaz todavía de reconocer el naufragio moral del PP.

Sin melancolías, sin evocar arcadias que no existieron, porque la política es dura por definición, hay que cambiar de registro. Y hacer de la interrelación virtud. La política es lucha por el poder, por mucho que se apele al interés general. El interés general es un concepto muy relativo, función de las relaciones de fuerzas en la sociedad. Siempre beneficia a unos más que a otros. Y los beneficiarios son precisamente los que tienen poder para camuflar su interés propio como interés general. Pero el verdadero sentido de la política democrática es dar voz a los que no tienen otro poder que el voto. Y configurar de este modo una idea del interés general que no sea patrimonio de unos pocos. Es tiempo de escuchar.

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