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La educación era el problema

El teatro Poliorama estrena una adaptación de ‘El Florido Pensil’ centrada en las niñas

Los crucifijos en las aulas, la fotografía del Caudillo presidiendo los pupitres y las férreas clases de labores impuestas a las niñas durante el franquismo regresan del pasado para instalarse en el Poliorama. El teatro rescata, coincidiendo con el veinte aniversario de su estreno, la obra El Florido Pensil, adaptación de la novela homónima de Andrés Sopeña que tanto éxito tuvo en la década de los 90 de la mano de la compañía vasca Tanttaka Teatroa. El montaje, en cartel hasta el 8 de marzo, retrata la educación en la inmediata posguerra, o más bien la “(des)educación”, en palabras de Fernando Bernués, director del montaje junto a Mireia Gabilondo.

En esta ocasión, la adaptación salta al otro lado del patio y refleja la escolarización de las niñas. Las actrices Roser Batalla, Lloll Bertran, Victòria Pagès, Mireia Portas e Isabel Rocatti se convierten en escolares para dar vida a cinco alumnas de entre 9 y 10 años. Ellas son Pujades, hija de una familia roja y proletaria con problemas con el régimen; Arnús, la niña rica y consentida de la clase; o Roure, nacida en una masía. “Vive en la luna de Valencia, es feliz, frágil. Nunca sabe nada. Me hace gracia porque es la más alta pero a la vez la más vulnerable… recibe muchas collejas”, explica Bertran sobre su personaje, Roure.

El montaje (en catalán y castellano) arranca cuando el grupo de amigas se reencuentra siendo ya adultas. Con la conversación afloran las reprimendas, los sermones y los tirones de orejas vividos por cinco niñas sometidas “a la absurda e ideológica brutalidad”, define Bernués, del sistema educativo del nacionalcatolicismo.

La clave es que lo hacen desde un prisma infantil, lo que provoca situaciones muy cómicas y a la vez críticas con la dictadura. “Es delicioso poder hacer de niña, mirar el mundo a través de la inocencia e ingenuidad”, reflexiona Bertran. Las mujeres regresan a la niñez para acordarse de la Madre Angustias, que tenía una regla con el lema “tranquila corazón” grabado y les pegaba. Entre bailes y canciones, además, aparece el capellán libinidoso Baltasar, así como Simoniña, una criada que habla sin tapujos de los placeres carnales de la vida, y también Doña Jacinta, una solterona un poco alcohólica cuya misión “es hacer creer a las mujeres que deben ser sumisas al marido”, opina Bertran.

Las actrices se desdoblan e interpretan a estos personajes que les inculcaban Cocina, Labores del Hogar, Corte y Confección… y a todos los responsables de que en la época las mujeres solo tuvieran un camino; el de casarse, tener hijos y ser amas de casa.

“Hay gente que se quedó colgada a la sintonía del NO-DO. Por suerte gran parte de la generación que vivió esto, por instinto, supo cortar y no transmitirlo a sus hijas”, reflexiona Bertran. Pero aún quedan vestigios. Lo demuestran las recurrentes víctimas por violencia doméstica. Al final del montaje, las actrices lo ejemplifican comentando una noticia de actualidad.

Bertran recomienda la obra tanto a los espectadores que vivieron la época “para desprenderse de los fantasmas” como a los jóvenes “para saber de dónde venimos y crear un futuro mejor”.

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