Cinco décadas enamorado
Eros Ramazzotti acarameló y convenció a su audiencia con ayuda de San Valentín
Que no cunda el pánico, Eros Ramazzotti está hecho un pimpollo. No es aún momento de llorar por su pasado glorioso, pues a la espera del futuro su presente dista mucho del patetismo. Se podrá pensar en qué hace un cincuentón cantado al amor con el sentimiento de un adolescente, pero se deberá replicar sugiriendo que también se puede cuestionar a Mick Jagger en su eterna representación de la juventud a los setenta y tres años, siete décadas disimuladas con saltitos y americanas de colorines. Total, que el pop siempre ha tenido un algo de síndrome de Peter Pan que no debe servir para afear la conducta a un baladista italiano, menos aún cuando se sigue mostrando competente, ofreciendo un espectáculo respetuoso con el público, al que no trata como una manada de fans idiotizadas y mostrando un repertorio que sigue provocando suspiros pese a su pulsión rítmica. Lo dicho, Eros tiene cuerda.
Y dada su longevidad en los escenarios entre sus seguidores hay de todo. La noche del domingo no era nada extraño ver a madres con sus hijos e incluso algún padre con el suyo. Había menos parejas con prole, lo que podría hacer pensar que Eros es más Eros si la fan está separada. Bien, una lectura más prosaica nos hablaría del precio de los canguros, pero lo dicho, es más prosaico. La cuestión es que ante más de 12.600 personas, el Sant Jordi estuvo dimensionado para 14.000, Eros Ramazzotti tiró de lo mejor de su repertorio para acaramelar a la multitud en un día de San Valentín. Cantó en italiano y también en castellano y se agradece, la verdad, que lo haga en su idioma, así no hace falta preguntarse por el significado de "dedicadas -las canciones- a los que están con un futuro indiferente", aunque, para ser sinceros, Si bastasen un par de canciones la cantó en la lengua de Jardiel Poncela. ¡Cachis!
Dos horas duró el espectáculo, con Eros moviéndose como siempre, sin particular ángel, haciendo el simpaticote y mirando con ese juego de ojos que confunde con su puntual y casi imperceptible estrabismo. Repertorio con novedades de su último disco y menudeo de hits para enardecer ánimos de un público al que en pista se le prohibió moverse de su silla -ir a un concierto se parece cada día más a formar en un patio castrense-, y un buen sonido. Escenario limpio con una producción videográfica apañada aunque reiterativa que no restó impacto a una escenografía pulcra y resultona -en especial con los telones que caían de tanto en tanto para albergar proyecciones- dominada por un Eros de negro, luego lució la camiseta corporativa de la gira, con galones a modo de motivo geométrico. El caso es que Eros Ramazzotti sigue al pie del cañón y sus fans no tuvieron argumento alguno para retirarle su pasión. Sólo los novios comparsas debieron aburrirse. Bien, se supone que disimularon, era San Valentín.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.