Arquitectura de atmósferas
Con solo dos discos, Emilio Saiz ha labrado una fascinante enciclopedia de experimentos y sonoridades
La casta y el galgo. Emilio Saiz (Madrid, 1986) es hijo de Suso Saiz y, lejos de disimularlo, lo explicita según asoma por las tablas de El Sol, envueltas este miércoles en muy pertinentes luces de fascinación y misterio. El jovenzuelo al frente de Nothing Places es un arquitecto de atmósferas y sonoridades, un guitarrista asombroso que se resiste a conceder un acorde evidente. 'Comala', el tema inaugural, fue una exhibición de efectos, notas superpuestas, pedales en efervescencia. Su padre hablaba de 'hypnotics' y él agrega, seguramente, las enseñanzas de Jonny Greenwood. Y conste que algún día descubriremos en este país que Suso es nuestro Nigel Godrich.
El referente de Radiohead asoma en 'Lift up', acaso bajo el tamiz de Wilco, pero la nómina de alusiones es amplia, excelsa y abrumadora. Emilio se erige en el mejor delegado que Robert Fripp y King Crimson hayan conocido en la península, una osadía de la que sale bien airoso. Abraza a Grizzly Bear con soltura, se vuelve ruidista y acelerado con 'No time' y, llegados al punto de 'Lizard brain', invita al asombro: ese soberbio delirio psicodélico habría seducido, o eso nos gusta pensar, al mismo Syd Barrett.
Puede que el músico eclipse al vocalista en el caso de Emilio, tímido en volumen y expresión durante los primeros compases del concierto, pero su timbre etéreo es muy aprovechable para títulos como 'Rite igniter'. Por lo demás, Nothing Places se beneficia de una alineación sensacional (Martí Perarnau al teclado, Ricky Faulkner en el bajo, la batería Xavi Molero), una alta cualificación imprescindible para abordar ese laberinto de cambios de ritmo, compás y acentuación en las piezas de Saiz. Ni una obviedad, cierto, pero ni una filigrana gratuita. Con ese segundo disco recién nacido, 'Tidal love', puede que nunca el rock experimental hubiera llegado tan lejos por estos andurriales.
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