Hablen con ella
Los mediadores internacionales alertan de que el proceso de paz del País Vasco se ha convertido en un preso político del Estado
Hablar de tus vecinos debe estar mal considerado en nuestro paisaje mediático, a no ser que lo sean por decreto global y nieve en Nueva York, entonces vemos esa nieve en titulares de prensa y radio y en imágenes televisivas por doquier. También puede ser que los medios no hablen de los demás para no hablar de nosotros, seamos nosotros quién sabe quién y los demás, los otros, quién sabe cuáles.
Pongamos por ejemplo de esto último la vida en Euskadi. Es difícil hacerse cargo de cómo se está desarrollando allí la tregua definitiva de ETA de hace ya más de cuatro años. Un hecho extraordinario que, es de imaginar, habrá cambiado y ha de cambiar por completo el transcurrir diario de aquellas tierras y entre sus vecinos. Podemos seguir en directo los resultados de las primarias norteamericanas, pero hay que bucear en las redes para saber algo del País Vasco más allá de que Donosti esté de celebraciones como capital europea de la cultura de este año, con el lema, eso sí, “Cultura para convivir”. Si la paz es cultura, hablemos de ella. Y con ella.
Pues resulta que no se puede hablar todavía de paz en Euskadi. No por las dos partes, como es necesario que sea, ya lo dijo el cardenal Tutu en su momento: la paz se hace entre enemigos, como la guerra. No hay paz vasca, no al completo. Pensaba que sí, pero no. La tregua definitiva etarra fue y sigue siendo unilateral. El desarme es un compromiso de los etarras. Para que sea realmente efectivo, en el sentido físico como en el político, el desarme se ha de negociar con el Estado, que debe asegurar transparencia y responder de las garantías. Pero no lo hace. De la parte del Gobierno de España no ha habido en estos cuatro años diálogo alguno para consolidar y garantizar la paz. En estos momentos, con un gobierno en funciones, los nudos de la investidura y los palos entre partidos, la negociación institucional de la paz vasca no está en verdad en la agenda de nadie.
Este fin de semana se ha reunido en Gernika el tercer Foro Social para impulsar el Proceso de Paz. Más que en los años anteriores, han hablado alto y claro los mediadores internacionales del proceso, el Grupo Internacional de Contacto. Han alertado de manera bastante contundente sobre la no-acción del Estado. Uno de sus portavoces, el experto sudafricano Brian Currin, sostiene que el presidente Rajoy ha impedido el desarme de ETA, hasta el punto de poder decir que “el Gobierno español ha convertido al propio proceso de paz en un preso político”.
A nadie puede extrañar la inacción de Rajoy, quien encarna de primera las palabras del regocijante alcalde barcelonés Pich i Pon (1878 - 1937): “Nunca se ha sabido de nadie al que le pase algo por no hacer nada”. Pero, aunque no extrañe, la inacción en la paz vasca es obtusa e indigna, espeluznante.
Lo mismo será si la inacción continúa en quien finalmente gobierne en España. Si es que a ello se llega en esta legislatura cuya investidura parece tener tanto que envidiar a la que abruptamente se logró en Cataluña hace apenas un mes y que tantas chanzas provocó. Si el pacto catalán fue duro, incluso durísimo, según se van conociendo detalles, entre Junts pel Sí y la CUP, ahí estaba desde el principio, mientras que las negociaciones españolas son entre más partidos y, mientras escribo estas líneas, justo están comenzando tras cuarenta días postelectorales.
El baile de bastones ha danzado y quizá dance sin fin, como bien ilustraba Peridis el martes en su viñeta política en este periódico. Goya debe estar perplejo en su tumba. Su Duelo a garrotazos (1823), feroz y cruel comentario sobre las costumbres resolutivas de su tiempo, es para muchos su apología eterna, como si el artista alentara en verdad a darse de palos por los siglos de los siglos.
No sé, representa a menudo que Euskadi y Cataluña sean ya países distintos de hecho para el propio Estado. Si puede decirse que España ha dejado en el trastero de la historia a los saharauis —que este año cumplirán 40 años de exilio—, un parking semejante aparca sus responsabilidades vascas (dejo aquí de lado las catalanas). Así las cosas, el Foro reunido en Gernika ha animado a la sociedad civil vasca a ponerse a la labor de la paz, a exigir del Estado las garantías de la paz. Que de forma sostenida y pacífica (a la manera catalana, ¿tal vez?) obligue al Estado a asumir su parte en la paz. Hablen con ella, hablen con la paz y para ella.
Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF
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