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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las candorosas maneras de Bryan

El rockero canadiense agradó a 8.000 seguidores en un Sant Jordi con aforo reducido

Bryan Admas, durante su actuación del sábado noche.
Bryan Admas, durante su actuación del sábado noche. massimiliano minocri

Parecía un suicidio. Tras la alegría de C'mon Everybody, de Cochram, y ya en los bises se imaginaba que sólo faltaba subir más el tono para enfilar las tres últimas canciones del concierto, enardecidos todos. Pero no, Bryan Adams tenía previsto marcharse tras tres baladas acústicas con solo él en escenario. Es de los que prefieren dejar a su público tierno antes que alborotado. Y se impuso. Ni tan siquiera fue perceptible el goteo de deserciones que se da en muchos conciertos que afrontan su final. Todo el mundo aguantó la posición cantando All for love. Sí, en tiempos de emociones fuertes el roquero canadiense ofrece candor, ternura y rock de filo gomoso, amable y bien hecho, de formas clásicas y corazón candoroso de atardecer frente al mar, junto a ti. Mucho más cercano a las acelgas que a las hamburguesas, lejos los años en los que llenaba recintos como el Sant Jordi, el encanto del roquero canadiense es su formalidad, ese aire de ciudadano común y amable, el vecino excelente que nos bajaría el gato del árbol. Llenó el recinto, previamente dispuesto para acoger 8.000 personas, y marchó tras un concierto formalmente impecable. Faltaría más.

Hay algo ingenuo en los conciertos de Adams, y no se trata solo de las baladas. Su forma de relacionarse con la audiencia, expresándose a menudo como lo haría un crío ante el mismísimo Rey Baltasar, emoción impropia en un señor de 56 años; su manera de presentarse, un "me llamo Bryan" que recordó al átono Forrest; su ilusión al hacer grabaciones para su Instagram desde el escenario, ante el mar de aplausos; sus reiterados agradecimientos por el apoyo recibido, como si fuese alguien falto de cariño; su defensa del amor como cataplasma universal: todo alimentaba la imagen de un ciudadano que con traje parecía un evangelizador adventista, no un roquero en modo elegante. Incluso parecía faltar sudor, y en una novedad jamás antes vista, cuando llegó el momento de relacionarse con una seguidora, en lugar de hacerla subir al escenario, le habló a la grada desde la distancia, y las cámaras de escenario dieron cuenta de las gesticulaciones que a modo de respuesta brindaba la afortunada, cuya voz, por supuesto, resultaba inaudible. Menos química y estaríamos en una clase de derecho Romano. Relación sin contacto.

Pero los gustos son incuestionables y sagrados, y Adams satisfizo a sus seguidores aplicándose. Espectáculo sobrio, pareció no pensado para recintos con gradas, ya que al tener sus pantallas muy bajas desde los laterales no se sentía cercanía, buen sonido y todo tan milimetrado que en los laterales del escenario aguardaban dos micros en sus pies a que Bryan se acercase a cantar en ellos cuando quería sentir cerca a su público. Otros que no saben moverse sin la protección de su instrumento llevan micros de diadema, un empleado dispone los micros cuando corresponde o éstos brotan por arte de birlibirloque, pero Adams, ajeno al glamour, se mueve de poste en poste. Pequeños detalles que hablan de cómo son los artistas. Y Bryan Adams es, por encima de todo, un roquero eficiente. Tocó mucho repertorio y lo hizo de forma muy aseada. Quizás no llegue al cielo, pero pega saltos queriendo despegar sus pies de la tierra. Y le pone ganas.

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