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Muere Carles Hac Mor, el último poeta vanguardista

Poeta y artista conceptual e inconformista, ha muerto a los 76 años en Sant Feliu de Guíxols

Carles Hac Mor, en Barcelona el 2002.
Carles Hac Mor, en Barcelona el 2002.Manolo S. Urbano

Hay autores que son como una fuerza de la naturaleza —en la literatura catalana no escasean—, que se acontecen imprevisiblemente y por donde pasan causan a veces trastornos, a menudo inquietudes y en general lo dejan todo un poco cambiado. Carles Hac Mor —“hac” es la inicial de su primer apellido, Hernández, y este es el primer juego, digamos textual, que nos presenta, antes mismo de haber abierto ninguno de sus libros—, nacido en Lleida el 1940 y muerto en la madrugada del miércoles en Sant Feliu de Guíxols, es de este tipo de autores que se complacen en desplegar todas sus potencialidades creativas a lo largo de muchos años, sin miedo al exceso ni a la incomprensión.

Presenta, como actitud básica, el orgullo de estar haciendo los que hay que hacer, o al menos lo que a él le toca hacer, perfectamente combinada con la práctica de una continua incitación a crear, a abrir la mente, a cuestionar la realidad a través del lenguaje. No como el profeta que aspira que todos los demás sigan sus huellas, sino como el juglar que no le importa que lo contradigan o se rían porque lo que quiere, antes que nada, es que la fiesta continúe. Su afán de provocación, no se contenta en el objetivo fácil de incomodar el lector, como es el caso de tantos ambiciosos que hay por el mundo, sino que aspira al más difícil, y no hay que decir que más honesto, de estimularlo.

La escritura de Carles Hac Mor, dispersa en libros de mal encontrar de editoriales de poca tirada, empieza a finales de los años setenta y llega hasta ahora, con el Dietari del pic de l’estiu, que recibió el premio Jocs Florals el 2012. Repercusión, tuvo mucha; de reconocimiento, no tanto. Aparte de su poesía, o antipoesía —se autocalificaba de “infrapoeta”—, en que llega a la treintena de títulos, tiene también algunas incursiones en la novela, el teatro y el guion cinematográfico, siempre en clave experimental; también, se prodigó en escritos teóricos sobre literatura y arte, que más que para hacer luz, servían para liarla.

Más allá de las etiquetas que un estudio global de su actividad puede ir aplicando en diferentes momentos y a diferentes obras —arte conceptual, situacionismo, textualismo…—, se trata seguramente del último vanguardista: último (grosso modo está claro), porque los nuevos experimentalistas, sin negar obvias continuidades, están más condicionados por realidades de última hora, como la práctica habitual de los recitales, el videoarte o las redes sociales, y vanguardista, porque sigue una línea que se remonta al dadaísmo, perceptible en la búsqueda constante de ingredientes de sorpresa y en el uso desengrasante del humor.

Pagès Editors publicó el 2012 Obra completa punt u; es de esperar que la muerte del autor, como tantas veces pasa lamentablemente, favorezca la continuidad de la empresa de reunir un conjunto de textos, en gran parte que no se encuentran. La réplica de Carles Hac Mor sería que preferiría ver esparcidos sus textos por plazas y calles, como dijo J.V. Foix alguna vez; pero es ley de literatura que tarde o temprano, antes del olvido, llega un momento en que la provocación acaba encuadernada y muy puesta en estantes repletos.

Dicho sea de paso, a veces nuestras autoridades, con ocasión de homenajear algún escritor, imprimen carteles con alguna frase oportunamente seleccionada —sobre todo si se puede leer en clave política— y los cuelgan en el metro. El resultado es poco vistoso en casos de autores de cámara y poco ruido, como Salvador Espriu; quizás sería más estimulando encontrar textos como este de Carles Hac Mor, del libro Fer safor (Café Central, 2001):

ESGRIMA

L’art i la poesia maten / la informació, que mata / la poesia, la qual és / morta per l’art, mort al seu torn / pel crític; i l’apuntador, / l’historiador, mentrestant, / ha estat occit per la Història / al carrer, davant un museu, / i enterrat a la biblioteca, taca, toca i mata!

En una conversación con Antoni Clapés —que lo ha definido como «militante del anarquismo nihilista, que no milita en ninguna parte»—, afirma: «El artista (y el escritor es un artista de la palabra) y el arte (la poesía) son una cosa, y la cultura y los culturaires (o faedors de cultura) son otra. (…) La poesía, cómo han hecho todas las artes, música incluida, se tiene que democratizar, que no quiere decir banalizar, a pesar de que la banalización no es nada mala. (…) Los culturaires aplican juicios de valor y esto sobredetermina su perspectiva. En cambio, el artista y el poeta practican la suspensión del juicio. Los juicios de valor van contra la creación; las escaleras de valor sobran». El diálogo entre Mor y Clapés, imprescindible, se encuentra a Converses - En comptes de la revolució (Café Central, 2006).

Si, según cómo se mire o en determinadas circunstancias, todo el mundo es poeta, o puede arrogarse el título de poeta, y cualquier cosa dicha es, o puede ser considerada, poesía, entonces la actividad poética es irrelevante y tarde o temprano pasaría desapercibida. Quizás sería todo muy democrático —como lo parecen los movimientos políticos que, a copia de impedir la iniciativa individual, traen a una generalización de la pobreza—, pero la pérdida se ve venir a la legua. Este rechazo de la jerarquía cultural y de la existencia de los valores inicia un camino que va indefectiblemente al estancamiento y a la ignorancia.

Uno de los lemas de Carles Hac Mor era que «la perfección es fascista». En este prodigio de síntesis se encuentra la explicación última de su manera de hacer. En sus antipoemas, que se adivina surgidos a ritmo de crecida, y que consisten en trozos apilados de prosa, frases cosechadas al azar, cortes repentinos y ocurrencias, escritos con una sintaxis a menudo quebradiza y un vocabulario a veces exuberante, evita conscientemente cualquier fórmula previsible de composición, en definitiva, un estilo.

El objetivo es derrocar, no levantar —por supuesto, nada de formas poéticas, pero tampoco nada de mensajes a entender o a descodificar—, ni todavía menos ensalzar —el texto literario no tiene que ser un texto sagrado que transporte el lector a ningún ideal—; se trata de hacer patente el caos que reside detrás la apariencia de orden en que creemos vivir, todo deconstruyendo el lenguaje con que creemos que nos entendemos. El objetivo es ciertamente nihilista, puesto que no apuesta para nada y está abocado a una nada. Mor coge este camino, apunta, con decisión y persistencia; pero antes de llegar al final, antes de fatigamos de la acumulación de collages y de divagaciones, podemos permitirnos, no muy abusivamente, pararnos y poner atención en las notas de humor que florecen aquí y allá. Lejos de toda pretensión, afirma que «el humor es imprescindible»; seguramente es el que nos aparta de este camino hacia la desolación, o en último término nos evita de caer. Como ejemplo, este poema, en que se puede percibir un eco de Joan Brossa:

POEMA HAC

Aquest poema / no vol dir res, / i tanmateix / ja ha dit massa.

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