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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La vida, la propaganda y la perplejidad

Desmontar la interpretación hegemónica de la realidad es el primer paso para que la política recupere el poder perdido. La alternativa es resignarse al papel de guardianes del orden

Josep Ramoneda

El buen político es el que sabe transitar por la realidad generando espacios de progreso. Pero no siempre es fácil ponerse de acuerdo sobre qué es el progreso. Si repasamos el discurso de los principales partidos y actores sociales todo gira en torno al crecimiento. Pese a las dudas sobre la capacidad de crecer de las economías europeas, derecha e izquierda siguen repitiendo el mismo cuento de la lechera: si conseguimos un mayor crecimiento, se recuperará el empleo, mejorará el consumo y volveremos al círculo virtuoso. Un mito que nadie osa cuestionar, fruto de una hegemonía en que el ciudadano ha sido reducido a estricto sujeto económico.

En la sesión inaugural de la nueva legislatura del Congreso de los Diputados, se produjo un cierto revuelo porque los representantes de Podemos convirtieron el acontecimiento en un espectáculo comunicacional. Al día siguiente todas las portadas fueron suyas. De cultura republicana francesa, siempre he sentido cierta fascinación por las formas y rituales del poder. De modo que no me costaría encontrar razones para criticar el número que Podemos montó en el momento de jurar los cargos y con la presencia del hijo de Bescansa en el hemiciclo. Pero prefiero quedarme con tres cosas que van más allá de lo anecdótico: la vida, la propaganda, y la perplejidad.

La vida: No hace falta ser antropólogo para entender que una madre amamantando a su hijo es el más poderoso icono del poder de la mujer. No se necesita ser nietzscheano para saber que la vida es nuestro modo de estar en el mundo. Colocar tan poderosa imagen de la vida, generalmente reservada a la intimidad del hogar, en el lugar de la acción política democrática, el Parlamento, no deja de ser una señal de que otra idea de progreso es posible. Progresar es ampliar las posibilidades de realización vital de los ciudadanos. Y eso empieza por repensar la relación entre vida y trabajo.

La propaganda. Vivimos en una sociedad en que la capacidad normativa emana del consumo. Y así hemos visto cómo la competición política se realiza cada vez más conforme a los modelos publicitarios de la cultura de mercado. Se vende al candidato, al partido, al programa como una mercancía más. Podemos introdujo en el Parlamento una figura antigua, anterior a la apoteosis del mercado: la propaganda. La ideología se ha hecho marca como el producto. Lo que permite imponer una manera determinada de entender y organizar el mundo sin que el ciudadano tenga plena conciencia de lo que significa y las consecuencias que puede tener sobre su vida. Recuperando la propaganda, Podemos invita a volver al debate ideológico: a la confrontación de ideas, es decir, los modos de interpretar la realidad.

Recuperando la propaganda, Podemos invita a volver al debate ideológico: a la confrontación de ideas

La perplejidad. Las caras de desconcierto de los diputados de los grandes partidos eran expresivas: esto se mueve y nos pilla descolocados. Hay una fractura creciente en los intereses y en los modos y maneras de hacer de los ciudadanos, que pasa por la barrera de los 45 años. Los dos grandes partidos llevan demasiado tiempo gobernando para la gente mayor, que es la que les salva a la hora del voto.

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La pugna por imponer una determinada lectura de la realidad es lo que, por lo menos desde Gramsci, se llama lucha por la hegemonía. De ahí la importancia del espacio comunicacional, que es el lugar en que se configuran las formas de interpretación de la realidad y la capacidad para determinar los comportamientos sociales. En las últimas décadas la política, a remolque del dinero, ha perdido incidencia en la interpretación de la realidad y sobre todo poder normativo, que está en manos de los mercados. A estas alturas todo el mundo se da cuenta de su impotencia, que los mismos gobernantes confiesan cuando se escudan en la idea de que no hay alternativa. Desmontar la interpretación hegemónica de la realidad es el primer paso para que la política recupere el poder perdido. La alternativa es resignarse a un estricto papel de guardianes del orden. Los políticos hablan de seguridad y miedo, los poderes económicos, de estabilidad y seguridad jurídica. Son las verdades que determinan la hegemonía. Recuperar la política empieza por cuestionarlas.

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