La Sinfónica de Galicia despega hacia los Emiratos
La orquesta interpreta la 'Sexta’ de Mahler antes de su gira por Abu Dabi
La Orquesta Sinfónica de Galicia y Dima Slobodeniouk, han ofrecido en el Palacio de la Ópera de A Coruña un Concierto de Reyes extraordinario, con la monumental Sinfonía nº 6 en la menor de Gustav Mahler como única obra en sus atriles. Antes de empezar el concierto propiamente dicho, tomó la palabra su gerente, Andrés Lacasa, para desear un feliz 2016 a “todos los asistentes al concierto: especialmente a los abonados, tanto de los viernes como de los sábados”, a quienes agradesció que son quienes mejor mantienen a la orquesta. Por su parte, Slobodeniouk, tras breves palabras en español dirigidas al público coruñés, quiso “dedicar el concierto a David [Ethève, solista de chelo] y Petur” [Eirikson, solista de trombón bajo], quienes por enfermedad no pueden participar en la gira.
Al finalizar el concierto, declaraba Slobodeniouk a El País su primera sensación tras esta interpretación: “Ahora ya estamos listos”. Porque ante una gira como la presente, todo profesional siente la responsabilidad de representar a su comunidad presentándose en un festival extranjero en el que actúan las orquestas internacionales de mayor prestigio. Tras la interpretación de esta Sexta de Mahler, la OSG ha vuelto a tocar recientemente en público todo el repertorio de la gira. De manera que se puede decir que, musicalmente, titular y profesores de la orquesta gallega tienen hechas las maletas para emprender la gira de dos conciertos que la próxima semana celebrarán en Abu Dabi.
El primer concierto será en el auditorio del Emirate’s Palace de la capital, Abu Dabi, con el Concierto para piano y orquesta nº 4 en sol mayor, op. 58 de Beethoven y la Sinfonía nº 6 en la menor de Mahler. El segundo lo celebrarán en el auditorio del Fuerte Al Jahili en Al Ain , ofreciendo al público el Preludio y muerte de amor, de Tristán e Isolda, (R. Wagner); Noches en los jardines de España (Falla), y la Sinfonía nº 4 en mi menor, op 98 de Brahms.
La versión de la Sexta de Mahler ofrecida la noche de Reyes (o más bien la tarde, ya que el concierto empezó a las 18.00 horas) fue de las que graban una muesca en la historia de cualquier orquesta. Las notas de chelos y bajos que le dan comienzo sonaron con la sequedad de las arenas del desierto arábigo; junto a la interpretación del primer motivo marcaron el característico doble sentido de marcha y ascensión que tiene la obra, en palabras de uno de los más cospicuos intérpretes mahlerianos, el recientemente fallecido Pierre Boulez.
Fue una versión de gran riqueza sonora y muy buen control dinámico y rítmico. Pero llena, sobre todo, de una intensidad emotiva lograda a base de mantener siempre una gran una tensión expresiva y unos tempi absolutamente adecuados a cada movimiento, a cada sección, a cada compás. Con esa difícil facilidad reservada a los grandes que ha permitido a Slobodeniouk hacer resaltar cada detalle de la –en todos los sentidos- inmensa obra, permitiéndole al tiempo ver las grandes líneas de su estructura. Y con una lectura bien limpia de todo el complejo contrapunto mahleriano que sería digna en sí misma de un artículo.
La Sinfónica lució su amplísima tímbrica con unas cuerdas altas entre sedosas y aceradas por momentos; unos contrabajos capaces de hacer sentir como un seísmo su registro más grave. El timbre solar del conjunto de chelos y trompas se unió a unas maderas con toda la riqueza imaginable de texturas sonoras. Visuamente, como un despliegue de vetas sonoras que naciera desde la dulzura de las flautas: las más delicadas, como pintas de haya, en la incisividad del piccolo y el requinto, la profunda calidez del ébano de los clarinetes o el sonido de aroma como de cedro de de los fagotes y contrafagot. Extraordinario el metal grave, con unos trombones y una tuba de áurea redondez y unas trompetas con buen sonido de conjunto.
Junto a ellos, la precisa contundencia de los timbales y el bombo; la clara regularidad de la marcha marcada sobre este por las escobillas; el sarcasmo burlón del xilófono y la sensación de lejana serenidad de las esquilas y cencerros. Soberbios, absolutamente, todos los solos. Pero por su riquísima expresividad -edificada sobre una seguridad de solidez berroqueña- cabría destacar los de trompa de José Sogob, sin un solo fallo en sus larguísimas intervenciones, y la íntima musicalidad del violín de Massimo Spadano.
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