Signo Colau
La historia intelectual es elitista y masculinista, y no sirve para explicar lo que está sucediendo
Hablar de liderazgos personales es complicado en una época dominada por lo financiero y lo global, no descubro nada al decirlo. El mundo alrededor lo muestra día a día, crisis tras crisis, aunque tantas voces públicas sigan apelando a ese intangible. En privado seguramente todos lo hacemos, indecisos a menudo ante la palabra “liderazgo”, precisamente porque no se vislumbran líderes sino marcas comerciales. En cualquier caso, y a lo que iba, no es este un terreno llano para quienes —porque así se ha constituido nuestra experiencia de lo político— no interpretamos los tiempos a través de la historia de las élites ni de las individualidades. La llamada historia intelectual es, por definición y trayectoria, elitista y masculinista. Muy siglo XIX, por más retoques modernos que se dé en la cara y en el cuello. Por eso me parece que el Signo Colau revelado este año que terminamos, desde las municipales del 25-M hasta las de este 20-D, no cabe ahí. Es otra cosa.
En la prensa leemos y por los medios audiovisuales oímos, de forma reiterada, que el efecto de la alcaldesa de Barcelona ha sido decisivo para el triunfo, de largo, de En Comú Podem en Cataluña. También, e incluso, para que Podemos haya logrado tan buenos resultados en su primera confrontación electoral en solitario en Madrid (aparco aquí otros buenos resultados, de Compromís Podem en el País Valenciano y en solitario en Euskadi). Lo que nadie parece querer saber, entre tantas voces públicas del sistema mediático que se ocupan del 20-D, es cómo, en Cataluña, por ceñirme a lo que conozco mejor, han logrado ganar las elecciones unas personas que se han pagado ellas mismas la campaña. Poca broma. Así logró la alcaldía Barcelona en Comú, contra viento y marea, y así han ganado ahora los comuns. Es uno de los matices estructurales del Signo Colau. No depende de Ada Colau, nadie puede hacerlo solo, ni lo aglutina ella sola.
Cuando la formación de Ada Colau decidió entrar en la liza electoral de las generales españolas, fui de quienes pensaron que era un error. Con el trabajo que tienen en el Ayuntamiento de la capital de Cataluña, una ciudad estado así constituida a lo largo de tantas décadas de gobiernos socialistas, con o sin la colaboración comunista, en competencia con la Generalitat durante las mismas décadas. Como si fuera fácil el gobierno de una ciudad que por vez primera no está regida por sus patricios, tan altivos.
No estoy siquiera segura ahora de que las horas y los esfuerzos dedicados a la campaña no pasen factura al gobierno de la ciudad. Sin embargo, el revolcón dado por el Signo Colau a la política catalana de ahora mismo, pendiente aún de nuevo Govern o no, y su correlativo revolcón a la política española, con la cuestión catalana en primer término, llámese referéndum o derecho a decidir e incluso independencia, estado plurinacional o similar, me hace ver las cosas con otro enfoque.
No me parece que el equipo dirigente de Podemos, con Iglesias a la cabeza, se haya erigido de repente en transformador de la España del café para todos. Sino que ha sido atravesado por el Signo Colau: no cabe hacer las cosas desde arriba, los aliados son iguales por principio y si sus razones políticas van por delante es porque son más poderosas al conllevar consigo más personas y más recuerdos. No hablo de más votantes, que también, sino de mayor número de resistencias al estado de las cosas. Personas que levan consigo una crítica cultural, una historia cultural que no es la de las élites sino la de las gentes comunes. Y eso se traduce, como no podría ser de otra forma, siempre, en resistencias que se han producido y se producen en lugares y paisajes, en territorios, naciones reconocidas o no, espacios públicos, imaginarios colectivos, combates de una cultura política a otra. Que el Signo Colau sea femenino no es, en este sentido, en absoluto casual.
Como no lo es que Xavier Domènech, interpelado una y otra vez sobre si lograrán los periféricos que Podemos consiga tirar adelante el referéndum catalán en las Cortes, responda con la palabra fraternidad (y el periodista, claro, pone cara de póquer). No la tan manida palabra solidaridad, sino la palabra más olvidada de las tres que formaron el lema de la Ilustración: libertad, igualdad, fraternidad.
Preciso será que las élites se den cuenta y dejen de hacer el ridículo de negarse a ver lo que está sucediendo.
Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.
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