El biciclo se detiene entre risas y aplausos
Vol-Ras se despide para siempre de Barcelona con toda su maestría, la inevitable nostalgia y una fiesta en la que el público lució nariz de payaso
Esperaban como fantasmas entre bambelinas a que comenzara la función. Altos, sesentones ambos ya, engañosamente desgarbados, vestían con sobria y añeja elegancia como si asistieran a su propio entierro. Faltaban unos minutos para que salieran a escena y verlos allí, en la penumbra de las entrañas del teatro, encogía el corazón. No hay nadie tan solitario en el mundo como el actor a punto de entrar en el escenario y más si lo hace para ya no regresar a él.
Joan Segalés (63 años el próximo día de Navidad) y Joan Faneca (63 cumplidos), los Vol-Ras, accedieron anoche a hablar un rato en esa zona a caballo entre la verdad y la fícción que son los bastidores, en la frontera de la realidad y los sueños, en el tiempo breve y eterno que discurre entre los timbrazos y el alzarse el telón. Era una noche especial: la primera de las dos últimas (anoche y esta noche) en que la histórica compañía Vol-Ras pisará un escenario en la ciudad de Barcelona. Un adiós para siempre, the last show.
Los Vol-Ras, en formato de dúo, de biciclo, como cuando empezaron hace la friolera de 35 años (luego fueron mucho tiempo un trío que compitió deportivamente con Tricicle, con los que se les ha comparado siempre), han elegido el Poliorama para esta despedida, que tendrá aún prórroga en otros lugares. “Sentimos una mezcla de emociones”, dice Segalés, que luce un excentrico y divertido copete aunque los ojos le brillan, como a Faneca. “Por un lado la satisfacción de tantos años, 19 espectáculos, un millón de espectadores, y por otro, la tristeza de tener que acabar”. Lo dejan, recuerdan, por cansancio, por la angustiosa caída de las giras, y sobre todo porque les retiraron la subvención automática de la que se habían beneficiado como compañía.
Tomaron la decisión de acabar con Vol-Ras el pasado abril. Desde entonces toda una serie de actos simbólicos han jalonado el via crucis de la vieja compañía, entre ellos la gira final de su último espectáculo, Da Capo, y la subasta de sus pertenencias escénicas.
El éxito de esta gira postrera sahumada de adiós y nostalgia —aunque envuelta en un estridente eco de risas: el espectáculo, con esos músicos, esos utilleros patosos, ese Pavarotti que se deshincha, es muy divertido— ¿no les hace replantearse la decisión de dejarlo? “No”, zanja Faneca. “Somos conscientes de que buena parte de ese éxito se debe a que son actuaciones muy especiales, ya únicas. Hay incluso gente que ahora nos viene a ver por primera vez. ¡Nos descubren ahora! La subasta de nuestras cosas fue como quemar las naves. Ya no hay vuelta atrás”. Estan contentos de que su utillería y su escenografía las hayan adquirido otros grupos teatrales. “Es una forma de pervivir”.
Segalés y Faneca, no obstante, recalcan que ellos personalmente no dejan el teatro, “a no ser que nos echen”, bromea el primero. “Seguiremos actuando, dirigiendo, colaborando, aunque a título individual. Continuamos en el mercado a nivel profesional”. Faneca añade guiñando el ojo: “No se deben desperdiciar nuestras capacidades y talentos. Y espero que los demás lo entiendan también así”. “Lo cierto es que hay pocas oportunidades para los actores de nuestra edad”, se solapa Segalés haciendo un puchero que mueve a la risa.
Bueno, este es un final de pareja, “Sí, eso acaba aquí”. También parece un fin de época. “No solo somos nosotros, la mayoría de los grupos nacidos en los 70-80 ya no existen o se han convertido en productoras”. Ellos aspiran de momento a “cerrar bien” la etapa Vol-Ras. Luego ya se verá.
La primera vez que salieron a un escenario juntos los dos se llamaban Mimos y fue en Girona en mayo de 1980. ¿Qué recuerdan? “¡Nada!”, ríe Segalés. “Ahora es como aquel principio, de alguna manera”, apunta Faneca. “Nunca se pasa el temblor de piernas”. ¿Qué ha cambiado? “Ya no hacemos saltos mortales como antes, pero hacemos creer que los hacemos”. En realidad nunca los hicieron, de ahí su nombre de “vuelo rasante”, ganado a pulso en las colchonetas y el trampolín de las vertiginosas clases de acrobacia del Institut del Teatre.
Con el tercer miembro histórico de Vol-Ras, desgajado hace ya años, Joan Cusó (les pregunto por su cocodrilo, creen que ya habrá muerto), guardan buenas relaciones, como con todos aquellos amigos y colaboradores que están con ellos esta despedida: Toni Albà, Dagoll Dagom, Pep Cruz... Y Tricicle. “Durante años nos hemos estimulado mucho mutuamente” (risas). Son grandes amigos. Ahora se quedan ellos solos. Es toda una responsabilidad”.
Es la hora. Los Vol-Ras entran en el escenario entre atronadores aplausos y la luz los envuelve como un estallido, arrebatándolos, una última vez, de las sombras.
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