Vieja luna de Bilbao
El libro de Joseba Zulaika, reciente Premio Euskadi de Ensayo, es un poderoso canto que rastrea la conciencia de una generación
Tomo el título del último libro de Joseba Zulaika (Deba, 1948), quien a su vez lo toma de Bertolt Brecht en su ópera con Kurt Weill Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, de 1930. Brecht nunca estuvo en Bilbao, pero ahí quedó eso: “Aquella vieja luna de Bilbao… / ¡Era la más bella! / ¡Era la más bella! / ¡Era la más bella! / ¡Del mundo!” Que ha guiado a Zulaika, con generoso don de dar la palabra, para componer un poderoso canto a la ciudad vasca subtitulado Crónicas de mi generación.
Vieja luna de Bilbao (Nerea, 2014) ha merecido el último Premio Euskadi de Ensayo. Su mejor cualidad es para mí su libertad expresiva y compositiva. Es un libro de memorias y a la vez una psicogeografía urbana del sostenido anhelo colectivo de cambiar la vida y transformar la ciudad que se lee como una novela; un ensayo construido con toda suerte de materiales de la intrahistoria y de la cultura, la más alta y la más baja; un relato que da voz a cientos de bilbaínas y bilbaínos que Zulaika ha entrevistado durante veinte años, en tanto que etnógrafo, como observador participante que es en todo esto, sin temor a ser el testigo excesivo que exige el quehacer antropológico si no quieres quedarte en un relato que a nada compromete la marcha de las cosas ni nada devuelve a las personas que te han dado su historia y sus palabras. El libro rastrea así la conciencia de una generación, la nacida bajo el signo del bombardeo de Gernika y crecida en los años de rabia y fuego que siguieron en la posguerra, que por fin han terminado.
Es algo más, encima, este libro. La tapa lo expresa con tal precisión que me limito a transcribirlo: “Un manifiesto para una nueva ciudad y un nuevo sujeto tras el naufragio”. Pues Zulaika hace años que habla de ello, de la Euskadi que renace a partir del Polvo de ETA (Alberdania, 2007), otro de sus libros, valiente alegato a reconstruir las cosas, escrito cuando se dio el alto el fuego que por desgracia no fue definitivo hasta 2011, lo que en solo apariencia dejó el libro atrás. Vale la pena volver a él.
La tapa lo expresa con tal precisión que me limito a transcribirlo: “Un manifiesto para una nueva ciudad y un nuevo sujeto tras el naufragio”
Zulailka es, desde 1990, un cierto tipo de exiliado, el transterrado que prosigue su trabajo fuera de su tierra. Enseña desde entonces en el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Reno, Nevada, que actualmente dirige. Amigos vascos me dicen que en Euskadi está considerado un heterodoxo, por defender la desmitificación del esencialismo cultural y, puesto que mucho ha escrito sobre la violencia, por hablar del Gran Otro de ETA (el peso de lo etarra en la conciencia política de la izquierda vasca, cuando todavía no se había deshecho de él) y del Gran Otro del Estado: el Estado como antagonista o como deseo imprescindible para esa misma izquierda. A la vez que pone en solfa la “mitología del Estado” vehicula un concepto que me agrada en particular, el de “súbditos resentidos”, que va de perlas ante según qué conductas y argumentos.
También en su Vieja luna de Bilbao está todo eso. Sin manías, con audacia y sentido de la escritura como espacio de diálogo que se ofrece a los lectores con una suerte de pureza intocada, mostrando sin más que para establecer diálogo sólo basta practicarlo con limpieza. Fue escrito en inglés (la traducción de ahora es de Carlos Herrero Quirós), para un público embobado en Estados Unidos por la aparición fulminante de Bilbao en el mapa con el Guggenheim. Al museo había dedicado Zulaika antes un riguroso y ameno libro, Crónica de una seducción (Nerea, 1997), recomponiendo cómo se gestó y levantó ese barco de titanio varado en la ría. Su icono, el edificio del arquitecto Gehry, Zulaika lo presenta a la luz de las formas del Guernica de Picasso, la escultura de Oteiza y los volúmenes del modisto Balenciaga, ironizando con finura sobre el crítico americano para quien las formas del museo son una variante del icónico vuelo de las faldas de Marilyn Monroe en una calle de Nueva York. En fin, que es un gusto leer este libro. Que también te lanza al abismo cotidiano de la droga y de las armas y te rescata a la luz del canto de los bertsolaris y el “corre la voz que aún existen los milagros…”
Otra cosa es que tengamos que tardar tanto en saber de Joseba Zulaika, así como de tantas otras voces vascas, gallegas, aragonesas o de dónde sea que no sea donde siempre, que cuentan mucho en su tierra y para nada cuentan en eso que llamamos España y que a menudo, verán, me pregunto si de veras existe.
Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF
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