Sólo una pregunta: ¿para qué sirve el teatro?

¿Para qué sirve el teatro? El espectador acaba de dejar atrás la última filigrana escénica de Oriol Broggi. El trabajo de fina orfebrería se titula Al nostre gust, una jukebox de textos de autores viejos amigos del director y de otros nuevos en espera para entrar en el círculo de su currículo artístico. ¿Para qué sirve el teatro? La pregunta se ha instalado como un okupa. ¿Ha de servir para algo el teatro? Broggi cree que sí cuando se arma con las palabras de Federico García Lorca para explicarse: “El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la educación de un país, el barómetro que marca su grandeza o su descenso”.

¿Responde Al nostre gust a la sentencia lorquiana? Por el vacío que deja una vez paladeado y evaporado, no. En un momento de la función, un personaje lúcido pide, reclama, exige, que se abran las puertas para que la vida real entre en el teatro. Una petición desatendida desde la primera frase del montaje. La filosofía dramática que propone el director es una reflexión que se consume en su propia embelesada contemplación. Nada nuevo nos explica, nada que no hayamos visto y oído. Un viaje agradable y estético que ya hemos hecho con él. Belleza sí, pero como un domesticado paisaje manierista. Teatro sí, pero tomando el parlamento de Hamlet a los cómicos por el todo; multiplicando las palabras entre poetas, literatos y dramaturgos, aunque a las voces se les sustraiga su valiosa individualidad.

Que en medio de ese delicado jarrón chino aparezca el martillo de los Insultos al público de Handke es un burlón anacronismo. Otra vez sin consecuencias. El martillo es de juguete, asido por un brazo ejecutor sin el menor deseo de romper la porcelana dramática. Un medido paseo de pancartas, un discreto megáfono en manos de Ernest Villegas y el terrible Handke aparcado con amabilidad para dejar sitio al siguiente fragmento, a la siguiente etapa de un viaje por el teatro que cuesta creer que esté guiado, entre otros, por Pirandello. Ni siquiera es posible invocar a Peter Brook —padre espiritual de Broggi— para encontrarle un sentido, un horizonte, un propósito a este montaje.

La serenidad estética puede convivir a la perfección con un discurso colectivo que supere la primorosa exaltación del oficio. Sólo hay que recuperar el espléndido The Suit de Brook para entender que el teatro sirve para algo que, como dice Lorca, es un instrumento para la educación del país. Recordar también La primera història d'Esther que dirigió Broggi hace unos años y su propia Sinera —no la de Espriu— no parecía cerrada entre los altos muros del estilo para guardar su universo del mundo. Cuando Broggi parecía querer con mayor firmeza y claridad que la vida real entrara en el teatro.