El tenor Vargas debuta en A Coruña
La actuación de la pianista georgiana Mzia Baktouridze fue lo mejor de la noche
La Temporada Lírica de A Coruña ha celebrado el jueves 29 un nuevo concierto de su ciclo Grandes Cantantes, en el que ha hecho su debut en Galicia el tenor Ramón Vargas (México DF, 1960). Anunciado en el cartel general de la temporada con un programa de “Arias y Canciones”, ni una sola aria figuraba entre el repertorio ofrecido en el concierto celebrado en el teatro Rosalía Castro. En su lugar, Tres sonetos de Petrarca, de Liszt, y las Siete canciones populares españolas de Falla configuraron la primera parte del concierto; para la segunda estaban anunciadas nueve canciones de concierto italianas.
Un programa breve, de ligero peso específico, al que se añadieron cambios de última hora sobre lo impreso en el programa de mano, sustituyendo dos de las canciones italianas por dos mexicanas. Vargas solventó el compromiso con lo que en términos taurinos se podría llamar una “faena de aliño”. Adornada y alargada, eso sí, con sus explicaciones sobre gran parte de las obras, traduciendo con simpatía y de forma improvisada la letra de aquellas.
Así las cosas, bien se puede decir que, escuchando con el filtro de la debida exigencia, la actuación de la pianista georgiana Mzia Baktouridze fue lo mejor de la noche. Tras su sólido pianismo en las piezas de Liszt, su idónea adecuación estilística en Falla mostró la gran intérprete que es. El ambiente entre mágico y onírico creado en la Asturiana y la primorosa delicadeza de la Nana fueron seguramente algunos de los más elevados momentos de una noche en la que se echó de menos alguna intervención suya como solista. Algo que suele ser costumbre en estos recitales, cuando el cantante debe descansar del esfuerzo realizado, eso sí.
La voz de Vargas tiene un hermoso timbre tenoril y un buen fiato, pero a lo largo de la noche mostró bastantes vacilaciones de afinación, problema que no siempre logra solventar con el recurso de “recercar” la nota. Tras el calentamiento de voz que supuso Benedetto sia’l giorno, los otros dos Sonetos lisztianos prometían más de lo que luego sería su actuación. En Falla, salvo la fuerza la Jota –poco modulada, ciertamente-, las Siete canciones populares españolas estuvieron fuera de carácter, echándose mucho en falta el vuelo danzante propio de la Seguidilla murciana, la magia ambiental de la Asturiana y la amorosa ternura de la Nana.
Lo mejor de la actuación de Vargas fueron precisamente las obras no programadas: Estrellita, de Manuel L. Ponce (aunque con un estiramiento algo forzado de los tempi y un cierto abuso de su bonito falsete) y Muñequita linda de María Greber que, como queda dicho arriba, sustituyeron dos de las canciones italianas. En las propinas, por fin, dos arias: Il mio tesoro intanto del Don Giovanni de Mozart y Forse la soglia atinse de Un ballo in maschera, de Verdi, obraron –junto a la acrítica costumbre del aplauso creciente- el esperado milagro de poner de acuerdo en sus aplausos al respetable. La rossiniana La Danza y su bien expuesta pirotecnia vocal fue, en ese sentido, la traca final. A la salida, como era de esperar, tutti contenti!
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