Economía solidaria y democracia
La colaboración y la capacidad de compartir obtiene frecuentemente mejores resultados que el simple competir
En esta semana que empieza estaremos inmersos en un una gran densidad de actos que reivindican la significación positiva y la fuerza transformadora de la economía social y solidaria en este cambio de época. Por un lado, el Ayuntamiento de Barcelona organiza un encuentro internacional de municipalismo y economía solidaria. Por otro lado, a partir del 23 de octubre en Fabra i Coats se celebrará la cuarta edición de la Fira d'Economia Solidària de Catalunya, que como cada año reúne entidades, experiencias y debates sobre un espacio que no ha cesado de crecer en Cataluña en los años más duros de la crisis. La gran duda que, con razón, puede plantearse es si nos referimos tan solo a destellos que brillan en el “mientras tanto”, es decir, a la espera de volver al orden económico tradicional. Parece indudable que cooperativas, entidades de economía social y solidaria y otros espacios de este tipo, resisten mejor los embates de una crisis económica que no las empresas mercantiles puras y duras, ya que estas últimas no tienen tanta capacidad de internalizar costes y de pedir sacrificios y momentos de sobre-explotación a unos empleados o trabajadores que no cuentan con el plus de su compromiso y/o de su condición de copropietarios de la entidad. Por lo tanto, la cuestión es si todo ello son simplemente paños calientes para sobrellevar mejor la crisis, o nos está indicando algo más duradero, sólido y con capacidad de convertirse en realmente alternativo al modelo económico hasta ahora dominante.
El cooperativismo puede hoy ser visto como un espacio de rapidísima capacidad de innovación, de experimentación y de mejora de las condiciones colectivas de vida
En un libro francamente recomendable, La economía de coste marginal cero, Jeremy Rifkin nos advierte de que estamos en pleno cambio de paradigma: del capitalismo de mercado y competitivo a lo que se ha venido en llamar “procomún colaborativo”. Un cambio no exento de tensiones y distorsiones, y que permite muchos espacios híbridos en los que seguiremos encontrando mucho de lo viejo y poco de lo nuevo o al revés. Es obvio que ese cambio de paradigma tiene mucho que ver con internet y la puesta en cuestión de muchos de los elementos centrales que han caracterizado la economía capitalista y de mercado desde sus inicios. Estamos viendo ya algunos efectos significativos: reducción de costes en la producción y distribución de una gran parte de bienes; posibilidad de compartir y usar bienes y productos sin que se plantee la rivalidad que genera la propiedad; la paradoja de que se genere más rendimiento y mejores resultados el mantener en acceso abierto ciertos espacios y procesos de innovación que el tratar de cerrarlos y disfrutar en solitario de esos beneficios, etc. ¿Qué ocurre si además, muchos de los consumidores son al mismo tiempo productores de valor, y pueden asimismo organizarse autónomamente sin pasar por los canales de intermediación existentes? Vamos así comprobando que la colaboración y la capacidad de compartir obtienen, cada vez más frecuentemente, mejores resultados que el simple competir.
La tradición cooperativa tiene una larga historia, y además la propia idea de disponer, usar y gestionar bienes en común, tiene también larga tradición. Lo nuevo es que lo que en parte se podía ver como residual, periférico o cargado de elementos morales o éticos que justificaban una actitud militante al respecto, puede hoy ser visto como un espacio de rapidísima capacidad de innovación, de experimentación y de mejora de las condiciones colectivas de vida. Lo decía hace poco en Barcelona la profesora Marguerite Mendell del Karl Polanyi Institute de Canadá, “la economía social en solitario no dislocará el paradigma económico dominante…necesita formar parte del proceso de economía colaborativa y del movimiento de los comunes para conseguir que las instituciones se vean obligadas a responder”. Ese es el reto que hoy está presente en buena parte del mundo. Forjar alianzas y politizar el debate sobre la nueva economía, sobre la economía colaborativa, sobre las nuevas potencialidades del procomún, y hacerlo viendo el papel que pueden jugar las instituciones en evitar segregaciones sociales y la reproducción de desigualdades en base a las nuevas oportunidades tecnológicas. El cambio tecnológico es disruptivo y puede ser también liberalizador, permitiendo relaciones más igualitarias, sociedades más justas y comunidades más sostenibles. O puede derivar en todo lo contrario. En nuestras manos está el potenciar una u otra deriva.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB
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