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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La cultura federal

Cuando lo que se exige es más soberanía, no existe cultura federal. Significa que no hay sentido ni voluntad de cooperación con el resto de territorios

Una de las excusas que suelen esgrimirse para rechazar de entrada el federalismo es que quienes defendemos un modelo federal para España no llegamos a definirlo. Existen muchos países federales —Estados Unidos, Suiza, Canadá, Alemania—, cada uno de ellos con un modelo federal propio. ¿Cuál debería ser el nuestro? La respuesta que suelo dar a esta pregunta no es original. En primer lugar, digo que cada país debe encontrar su propio modelo federal, como lo muestra la historia de todas las federaciones. En segundo lugar, federalizar España significaría dar un paso cualitativo con respecto al Estado de las autonomías con el fin de conseguir, por lo menos, tres cosas: 1) un sistema de financiación más justo (para el que no hace falta reformar la Constitución); 2) un reconocimiento más explícito de eso que ahora llamamos (con un nuevo eufemismo) “singularidad catalana”; 3) una reforma del Senado que lo convierta en una auténtica cámara territorial.

Cada uno de estos objetivos necesita más detalles, y a ello deberían aplicarse los partidos que concurren a las próximas elecciones con el federalismo en el programa. Ahora bien, más allá de las reformas constitucionales que hagan falta para la reconversión, pienso que lo más importante es entender qué hace que un estado federal realmente lo sea. A saber: hay que entender que federarse significa unión y cooperación para gobernar en común lo que es diverso. E pluribus unum, la divisa de los Estados Unidos, es el punto de partida de lo que yo llamaría la cultura federal.

El problema, a mi juicio, es que lo que le falta a la política y a la sociedad española es precisamente cultura federal. Para empezar, nuestro Estado de las autonomías se creó no tanto para unir lo diverso como para descentralizar y separar lo que formaba una unión excesivamente compacta y homogénea. Lo que se ha conseguido es que las distintas autonomías hayan acabado siendo entes atomizados que tienden a tener una relación bilateral con el Estado español, concebido a su vez como un ente distinto de ellas. Lo dice con nitidez la absurda expresión “Estado español”, que se ha impuesto como referencia a una España que es ajena a la comunidad desde la que se habla.

El sintagma “Cataluña y España”, se ha convertido, entre nosotros, en la forma normal y habitual de hablar de España en su conjunto. Así, estamos diciendo que los catalanes pertenecemos, pero no del todo, a España, resaltamos una realidad diferencial y ajena a un conjunto del que inevitablemente —y, para muchos, a su pesar— formamos parte.

Con razón escribió Jordi Solé Tura (Nacionalidades y nacionalismos en España) que “el derecho a la autodeterminación constituye el fracaso del Estado de las autonomías”. Efectivamente, el hecho de que algunas autonomías, con fuerte sentimiento nacional, hayan empezado a reclamar su derecho a independizarse de España muestra que el Estado autonómico no supo transmitir algo muy esencial, algo sin lo cual tampoco será posible edificar un Estado auténticamente federal.

Desde que se constituye el Estado autonómico, las distintas autonomías, capitaneadas por Cataluña y el País Vasco, no han dejado de reclamar más autogobierno y más competencias. Refiriéndose al tema, Francisco Caamaño decía justamente que la pregunta federal por antonomasia es la inversa: ¿qué estamos dispuestos a ceder al centro? Es la clave de la soberanía compartida, del cogobierno, propios de la cultura federal, lo que significa que ningún estado o ninguna autonomía ostentan nunca todo el poder.

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Cuando la obsesión es la contraria, cuando lo que se exige es más soberanía, la cultura federal es inexistente. Significa que no hay sentido ni voluntad de cooperación con el resto de territorios. Por eso es tan difícil discutir cuotas de solidaridad en una organización en la que cada territorio atiende solo a su interés interno. Por eso es también una tarea imposible conseguir que los distintos estados de Europa se unan federalmente. Mientras cada estado procure sólo su interés particular y se desentienda de un interés común europeo, Europa no llegará a ser un país federal.

Jean Monet decía: “No federemos las naciones; unamos a los hombres”. Es evidente que las naciones y los estados nacionales son un estorbo para crear un sentimiento federal, porque ninguna nación se contenta con la nación sola, exige el poder político que confiere un estado. Si no empezamos a desemberazarnos de la idea de nación, si no apuntamos hacia lo que Habermas ha llamado “estados postnacionales”, no habrá progreso hacia el federalismo. 

Victoria Camps es profesora emérita de la UAB.

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