Trabajadores del bar
Los locales de la ciudad se inundan de currantes parapetados tras sus portátiles: escritores, arquitectos, guionistas, periodistas y todo tipo de profesiones liberales que puedan realizarse en una cafetería
Aquí hay un silencio sepulcral solo roto por ese rumor que hacen los engranajes de los cerebros pensantes. Las estanterías y mesas llenas de libros dan a la librería-café La Fugitiva un ambiente mucho más romántico que la frialdad de una oficina; entre ellos los clientes se abisman en las pantallas de sus ordenadores y tabletas y trabajan. Casi da miedo romper esta laboriosa paz de tecleo, tarta y té.
En una mesita redonda, en el centro del local, se atrinchera el escritor y periodista Eduardo Laporte. "Esto es como mi segunda casa", dice, "si, como autónomo, me quedase todo el día en la mía acabaría hablando con las plantas". Él es uno de los muchos trabajadores freelance que cada día salen de sus madrigueras y acuden bares y cafés para obligarse a quitarse el pijama, evitar distracciones absurdas y verle la cara a sus congéneres. "Paso en estos sitios alrededor de un tercio de mi vida laboral", dice Laporte. En La Fugitiva, según explica Clea Moreno, encargada de las tardes, muchos han montado algo así como su oficina: "Hay gente que da clases de hebreo, hay escritores, estudiantes que escriben su tesis y profesores que corrigen las tesis de sus alumnos". Los parroquianos muchas veces se pierden en charletas agradables.
Con los todos los ismos del siglo XX de capa caída, el freelancismo parece ser el propio del XXI. Madrid es la ciudad con más trabajadores autónomos en España, con alrededor de 175.800, un 3% más que en 2014, según un estudio de la Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos (UPTA) a junio de este año. Conseguir un trabajo fijo, un contrato indefinido con todas sus prestaciones (entre ellas una mesa donde trabajar) parece para muchos cada vez más una quimera.
Así que los locales de la ciudad se inundan de estos currantes parapetados tras sus ordenadores portátiles: escritores, diseñadores, arquitectos, guionistas, periodistas y todo tipo de profesiones liberales que puedan realizarse en una cafetería. Algunos de los locales más transitados son La Bicicleta, Federal, La Fugitiva, La Infinito, Pepe Botella, La China Mandarina, La Realidad, Gorila, Tipos Infames, centros como La Casa Encendida o Centro Centro, o la cadena de cafeterías Starbucks. La lista podría infinita. Los requisitos ideales: generosa conexión a Internet, espacio, enchufes disponibles y precios razonables. Se agradece el buen café y buenos desayunos y meriendas.
Si La Fugitiva era el silencio y el sosiego, La Bicicleta Cycling Café & Workplace, ya casi el mascarón de proa se la Malasaña moderna, es otro rollo. Aquí hay cierto bullicio en el que se entremezclan diferentes idiomas, razas, rastas, tatuajes y bicicletas. En las barras que dan a los ventanales o en la gran mesa de trabajo que preside una obra del colectivo de artistas urbanos Boamistura los trabajadores chupan wifi a todo trapo. Si en otros locales los currantes surgen silvestres como hongos, La Bicicleta está especialmente pensado para ellos: nunca más estarán solos
En uno de los puestos (aquí no tienen oficina) encontramos a Quique Arias, socio fundador junto a Tamara Marqués. Cuenta Arias que en su vida como diseñador gráfico vivió en sus carnes esto de trabajar en diferentes establecimientos. "Nos llamamos workplace porque queremos que la gente venga a trabajar aquí y se sienta cómoda", explica, "cuando yo lo hacía a veces me sentía incómodo por estar mucho tiempo ocupando una mesa, pero aquí tenemos espacios reservados para leer y trabajar. Es un concepto que conocí en algunos países del norte del Europa".
¿Es rentable tener a gente trabajando en el local? "Eso de que la gente se pide un café y está cinco horas es un tópico. Los clientes consumen más si están mucho tiempo y, si llega la hora, muchos almuerzan aquí mismo", cuenta. Al final, confirma, el ticket medio sale igual en mesas de gente que trabaja que en las que vienen a tomar algo y charlar. "Eso sí, para que este negocio funcione bien tienes que tener un local grande con muchas mesas en las que haya rotación". Cuando cae la tarde y las ganas de trabajar también el ambiente se torna más festivo regado por cañas y gin-tonics. Pero siempre hay quien, agarrado a su ordenador, persiste en la tarea. "Eso es algo que me encanta, porque una de las cosas buenas que tiene ser freelance es elegir tus propios horarios y trabajar a las 11 de la noche si te apetece: yo lo hacía y resultaba un poco friki, pero aquí no hay problema", dice Arias.
¿Tiene esto algo que ver con el coworking? "Quizás tenga algo de coworking involuntario porque no es raro que surjan contactos, relaciones de trabajo o simples amistades", explica Laporte, que anteriormente ya había trabajado en lugares de coworking propiamente dichos. "No están mal, pero en economías justitas resulta un gasto que no te puedes permitir. Yo pagaba 164 euros mensuales, ahora lo invierto en infusiones laborales que juzgo productivas", dice mientras se sirve un poco de té ayurvédico hervido en leche de color verduzco.
La cineasta Inés de León tiene una pequeña productora con su pareja, Borja Álvarez, llamada Freckles Films. “Vivimos juntos y ya sería demasiado además trabajar aquí, se crea una bola de trabajo y vida demasiado horrible”, cuenta. Para airearse al menos durante un rato se van a un establecimiento. “El problema de Malasaña es que hay sobrepoblación de este tipo de trabajadores, así que trato de alejarme a otras zonas y buscar bares más tradicionales, bares castizos, donde estar tranquilo y, sobre todo, sin música”, dice. ¿Su futuro? El coworking. “Otra opción es visitar a tus padres: les visitas, aprovechas su wifi, su aire acondicionado y te dan de comer. Y quedas fenomenal”.
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