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DANI MARTIN/ POP
Columna
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El teatro que dio el salto al circo

Dani Martín presenta un concierto lleno de con payasos, zancudos, equilibristas, fortachones o majorettes

 Concierto de Dani Martin en Las Ventas.
Concierto de Dani Martin en Las Ventas.Jaime Villanueva

Al agua, bien lo saben los cielos, no la bendicen porque sí. De una manera análoga, algunos méritos acumulará Daniel Martín García cuando suma ya tres lustros consecutivos en el candelero del pop en castellano, revienta el aforo de Las Ventas (18.000 espectadores) con varios meses de antelación y puede presumir de que su último y homónimo disco acaba de superar los dos años de presencia ininterrumpida en las listas de ventas.

No era arriesgado pronosticar anoche el éxito avasallador del artista madrileño ante un público que le idolatra y vitorea, le hace la ola en albero y graderíos, lo siente tan próximo como a cualquier otro amigo de Instagram y, en muchos casos, ha crecido con él en el tránsito de la dulce postadolescencia a esa otra edad, bastante más peliaguda, en la que se firman hipotecas, contratos mileuristas o matrimonios resignados (entre otras claudicaciones).

Pero casi nadie podía esperar que la teatralidad de episodios anteriores derivaría esta vez en un espectáculo genuinamente circense, con payasos, zancudos, equilibristas, fortachones o majorettes, un esfuerzo loable por no ofrecer más de lo mismo incluso cuando la batalla se sabe ganada casi de antemano.

Es esa apuesta por la complicidad y la cercanía la que, seguramente, le haya permitido llegar tan lejos a Martín, un ídolo de masas que se proclama “hijo de Manolo y Carmen” en las redes sociales y tanto nos recuerda a ese discreto vecino del cuarto siempre dispuesto a echarnos un cable con las bolsas de la compra. El chico tierno con gesto de malote se confiesa en las pantallas gigantes como un hombre propenso a la equivocación pero dispuesto al esfuerzo y al abrazo. Y conjuga bien ese punto sentimental, frágil y entrañable con la chulería barrial matritense. Tal vez creciera bajo el estigma del “bicho raro y sensible” (Los valientes de la pandilla), pero hoy luce chupa de cuero en un vestuario de negro riguroso, saluda con énfasis desaforado (“¿Cómo estáis, cabrones?”) e invita a que dejemos testimonio en Twitter de nuestras emociones bajo la etiqueta “Yo estuve allí y tú no”. Mensaje implícito: fastídiate, colega.

Martín sabe mucho del oficio a estas alturas, conoce las ventajas de la dosificación, alimenta la curiosidad ante su tercer álbum solista y ha preferido reservarse en este 2015 con dos únicas comparecencias en territorio peninsular, la de anoche saldada con honores de hijo pródigo.

La cuerda floja, nombre de este espectáculo singular que solo se repetirá el próximo sábado en el Pabellón Olímpico de Badalona, es una apuesta por la diferenciación, el diseño legítimamente ambicioso, la sorpresa escenográfica. La melaza no está ausente porque es consustancial a nuestro personaje (Puede ser, la desdichada 16 añitos), pero también hay espacio para emociones bien justificadas (Mi lamento) y homenajes más o menos confesos: Sueños o Insoportable parecen una versión evolucionada de Hombres G, Beatles & Stones es intercambiable con cualquiera de Leiva, Caramelos convierte a Dani en un Juanes de San Sebastián de los Reyes y el notable arreglo de metales para Mira la vida no desentonaría en un álbum de Quique González. Curioso que media hora más tarde cayera una versión (algo anodina) de Aunque tú no lo sepa, aprendida por intermediación del siempre añorado Enrique Urquijo.

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Dani Martín no es, por ahora, el autor más fino que ha conocido el pop español para grandes públicos, pero no descartemos que acabe rozando ese cetro. Aún se le escapan medianías como Estrella del rock, por ejemplo, con su pátina innecesariamente victimista, pero su comparecencia de Las Ventas, nueve años después de la última visita con El Canto del Loco, supone un manifiesto paso adelante. Y siempre es buena noticia que al dueño del circo no le crezcan los enanos.

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