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Crepes con orujo

El actor se acerca a comer ‘calsots’ cuando echa de menos Barcelona, pero no descarta comida gallega o vasca, pero sobre todo japonesa. De postre, una sesión de ‘funky’

El actor Ferrán Vilajosana, en el Mercado de San Antón.
El actor Ferrán Vilajosana, en el Mercado de San Antón. alvaro garcía

Casa Alberto. Fue la bodega que me acercó a los callos madrileños, las mollejas, el vermut de grifo… Le tengo cariño por eso. No llevo mucho tiempo en Madrid, apenas dos años, pero fue mi inmersión definitiva en la capital (calle de Las Huertas, 18).

Ana la Santa. Los mejores arroces que me he encontrado en Madrid. El que preparan con cigalas es espectacular. Es verdad que el tiempo que llevo en la ciudad he estado bastante secuestrado por el ritmo de rodaje de Amar es para siempre, pero siempre he tratado de sacar mis huecos para disfrutar de los sitios de la capital, y este es uno de mis preferidos, sin duda (plaza de Santa Ana, 14).

Amando a Dostoievski

Ferrán Vilajosana (Barcelona, 1988) acaba de terminar la serie Amar es para siempre, de Antena 3, y prepara la obra de teatro Los hermanos Karamazov en el Valle-Inclán, con Gerardo Vera, además de futuros proyectos en cine y tele.

Mistura. Tienen unos helados artesanales buenísimos, pero yo recomiendo las tartas. Cuando tenía obra de teatro doble y la noche anterior había salido de fiesta, me pedía una tarta y un zumo y resucitaba automáticamente (calle de Augusto Figueroa, 5).

Yokaloka. Está en el mercado de Antón Martín. La mejor comida japonesa que puedas encontrar. Su cocinero viene de un restaurante de lujo en Kioto, y mantiene esa calidad pero a precios muy baratos. Cada día tienen platos nuevos, no se limitan al típico sushi de siempre. Me llevo muy bien con ellos porque me enamoré de una camarera (ríe). No llegó a nada, pero hice mucha amistad con el cocinero: yo practico el budismo, así que teníamos mucho en común (calle de Santa Isabel, 5, planta baja).

O’Curruncho. Es un restaurante gallego. Lo lleva un matrimonio de Galicia, ella se llama Chus, y son increíbles. Tienen un postre de crepe con dulce de leche y orujo, y ella siempre nos hace el ritual de la queimada cuando nos lo sirve. Me llevo muy bien con ellos, te hacen sentir como en casa y ya saludan a mi familia cuando los llevo allí (calle de Fomento, 10).

Can Punyetes. Voy cuando me da nostalgia de mi tierra. Los calsots son increíbles, y cuando llevo muchos meses sin ir a Barcelona y la echo de menos vengo aquí y me siento bien (calle de San Agustín, 9).

19 Sushi Bar. Cuando llevo a alguien le dejo que mire la carta, pero al final siempre pido yo: berenjenas al miso. He llorado comiéndolas y he visto a amigos míos cómo se les saltaban las lágrimas al probarlas. Literalmente (calle de la Salud, 17).

La Huerta de Tudela. Su plato estrella son los pimientos de cristal, que solo se cultivan en Navarra. De un kilo de pimientos asados, los van decapando y queda una décima parte. Te los sirven en un cuenco que huele a leña. Son únicos en todo el mundo (calle del Prado, 15).

Zerain. Aquí puedes tener la típica experiencia de una sidrería, como si estuvieras en el País Vasco. Te sirven una tortilla de bacalao increíble, y puedes levantarte cuando quieras a escanciarte tú mismo la sidra desde las kupelas (calle de Quevedo, 3).

El Junco. Perfecto para una noche de fiesta. Cierran tarde, y sus sesiones de funky, soul y electrónica son irrepetibles. Entre semana, además, siempre hay conciertos. Una vez me pasé de casualidad y me encontré con que estaba cantando Tomatito. También aquí me enamoré de una camarera, pero tampoco esta vez llegó a nada, qué se le va a hacer (plaza de Santa Bárbara, 10).

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