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Pedro Jiménez, un psicópata de manual

En un permiso penitenciario abordó a dos agentes en prácticas. Violó a una de ellas y las torturó salvajemente hasta matarlas

Alfonso L. Congostrina
Pedro Jiménez, el día de su detención, el 8 de octubre de 2004.
Pedro Jiménez, el día de su detención, el 8 de octubre de 2004. A. ESTÉVEZ (EFE)

Pedro Jiménez ingresó por primera vez en un centro de menores cuando tenía 16 años. Desde entonces sólo ha disfrutado de 40 días de libertad. Siempre que ha salido de permiso ha acabado violando. El último fue del 3 al 6 de octubre de 2004, entonces tenía 35 años y lo volvió a hacer.

Este "psicópata de manual", según los forenses que le examinaron, tenía un historial de ocho condenas por violación a sus espaldas cuando en octubre de 2004 consiguió tres días de permiso tras participar en un programa para presos condenados por delitos sexuales.

Al salir, se compró un teléfono móvil. La noche del 5 de octubre de 2004 la pasó en vela llamando a teléfonos eróticos. "La bestia ya le rondaba por dentro", recuerda el actual inspector jefe del área central de análisis de la criminalidad de los Mossos d'Esquadra, Xavier Sellart, que fue el jefe de investigación del caso.

Ficha técnica del asesino

Datos personales. Nació 17 de marzo de 1969 en Barcelona. Lleva desde los 16 años privado de libertad.

Tipología. Ladrón, violador y asesino. Los forenses dicen que es "un psicópata de manual".

Víctimas. Al menos, violó a nueve mujeres y mató a dos agentes en prácticas de la Policía Nacional.

Perfil. Incapaz de sentir empatía con nadie, frío, convincente, no muestra remordimiento alguno; disfruta causando dolor.

Móvil. Sexual

Su caída. Dejó una factura suya en el lugar del crimen, semen en una de sus víctimas, huellas dactilares en la vivienda y fue grabado por las cámaras de seguridad del Metro.

¿Qué fue de él? En prisión, condenado a 94 años.

Jiménez, cargado entre otras cosas con un juguete erótico tipo consolador, vagó sin rumbo por el metro de Barcelona. "Buscaba a su presa", lamenta el inspector. Sobre las cinco de la mañana se apeó en la estación del metro de Bellvitge en L'Hospitalet de Llobregat. Silvia N., de 28 años, era una agente de la policía nacional en prácticas y regresaba de la comisaría. Cuando subía al ascensor Jiménez la amenazó con una navaja y la obligó a entrar en su domicilio. Allí se toparon con la también policía en prácticas Aurora R. de 23 años: era el día de su cumpleaños. El psicópata atemorizó a las jóvenes y las ató por los tobillos, manos y cuello. Colocó un calcetín dentro de sus bocas y las amordazó.

Situó a cada una de sus víctimas en una habitación y violó a Aurora. Después la apuñaló resiguiendo la médula espinal de la joven "en una equidistancia perfecta de 15 centímetros en 15 centímetros de forma espaciada buscando que la víctima sufriera lo máximo posible antes de morir", recuerda el inspector.

Entonces fue a la habitación donde estaba Silvia y la apuñaló reiteradamente cebándose en uno de sus pechos. Tras matarla le rompió el pantalón y las bragas y le introdujo el consolador. Al sacar el dildo de la bolsa se le cayó, accidentalmente, la factura del teléfono en la que figuraba su identidad.

El asesino se quitó la ropa manchada de sangre, la mezcló con bebidas alcohólicas y la quemó. Se vistió con ropa de una de las víctimas y huyó. Minutos más tarde, los vecinos alertaron a los Bomberos de que olía a humo en el piso de las agentes. El sargento de bomberos que dirigió la extinción del incendio confesó que las imágenes que se fijaron en sus retinas al entrar en el lugar del crimen eran "peor que una película de Tarantino".

Los Mossos localizaron la factura del teléfono y comprobaron que el nombre coincidía con el de un delincuente condenado por delitos sexuales que se encontraba de permiso. Fue entonces cuando se dispararon todas las alarmas y solicitaron pinchar su teléfono móvil.

Mientras, Jiménez se escondió en El Prat de Llobregat, en casa de su hermana. Acompañó a su sobrino de cuatro años a una reunión con su profesora y posteriormente acudió a una entrevista de trabajo en un conocido restaurante de la plaza Francesc Macià de Barcelona. Allí ocultó las zapatillas que calzaba cuando perpetró los crímenes en la cisterna de uno de los lavabos del local.

Al regresar a la residencia donde dormía detectó que los Mossos le estaban buscando y huyó. "Sabíamos que se encontraba en el centro de Barcelona y desplegamos decenas de mossos porque nuestro mayor temor era que volviera a actuar", recuerda Sellart. Fue tal la angustia del cuerpo policial que difundió la identidad del acusado en los medios de comunicación.

Al día siguiente, Jiménez se siente acorralado y llama a un antiguo compañero de celda pidiéndole ayuda. Este exrecluso le pone en contacto con un narco de Girona. Habían pasado 55 horas del crimen cuando Jiménez, finalmente, fue detenido en el barrio gerundense de Vila-roja.

Siempre ha negado los crímenes fabulando mil y una coartadas. Fue juzgado dos veces, la primera condenado a 84 años de cárcel. El Supremo declaró nulo el juicio asegurando que debía ser juzgado por un tribunal popular. Fue condenado, entonces, a 94 años. El inspector jefe Sellart ha investigado decenas de crímenes, pero ninguno con la frialdad del de Pedro Jiménez.

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