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Cuando la angulosidad quiebra las rectas

Björk fascinó en Barcelona con un repertorio que esquivó sus temas más populares

La cantante islandesa Björk en Barcelona.
La cantante islandesa Björk en Barcelona.francesc fàbregas

Algunas personas se balanceaban tenuemente, otras apuraban cualquier resquicio rítmico para bailar, impulsadas por graves profundos y quebrados, mientras los más permanecían en silencio, tan estáticos como expectantes, quizás no sabiendo qué pensar pues ninguna de las canciones interpretadas eran populares, precisando de una concentración extra para su desentrañamiento. Sólo ella era realmente conocida, también su drama y la manera en la que lo ha exorcizado, Vulnicura, su terapia para cauterizar las heridas emocionales de un matrimonio roto. En su único en España, una mujer menuda con la cara velada por una suerte de máscara y enfundada en un traje de inspiración japonesa, con un pantalón que recordaba una hakana de alta costura, cantaba y sólo con esa red atrapaba a la multitud que se extendía ante el escenario, ocupado por una nutrida sección de cuerda, un percusionista y un encargado de rítmica digital. Era Björk en el Pueblo Español. No lo quiso hacer fácil.

De los modelos de repertorio que lleva en la gira, la islandesa destinó a Barcelona el menos complaciente, el que interpreta Come to mePleasure Is All MineI See Who You AreWanderlust, quizás único atisbo de pieza popular, en lugar de Hyperballad, Army Of Me o Bachelorette. Depeche Mode sin Enjoy The Silence, Sting sin Roxanne, Alejandro Sanz sin Corazón partido. No importó. Es más, en cierto modo el concierto tuvo un entorno sonoro y emocional más compacto, una dirección nítida marcada en lo sonoro por el entreverado de cuerda analógica, frotada, y electrónica y percusión digital, un mundo inquietante palpitando sordo y desasosegante bajo la apacible superficie de violines y cellos. Dos mundos en uno.

Y por encima de ambos esa voz, ese tono agudo que sube y sufre, que transmitió desesperación, esperanza y sanación en un mar de canciones donde la melodía no se presentaba tan fácil como el remedio de un curandero. La voz tiraba de las canciones y las conducía tortuosas, apagándolas y encendiéndolas, dando o quitando apoyo rítmico, perfiladas con hang -instrumento de harmónico de percusión-, peinadas con violín, golpeadas por graves digitales sin patrones reiterativos y siempre carentes de la obviedad de un estribillo al que asirse. Björk, ataviada con excentricidad y simultáneamente elegantísima, misteriosa y fascinante, daba brincos como un duendecillo restando gravedad tanto a atavío como a los sentimientos expresados por las ocho de las nueve canciones de Vulnicura que interpretó, para más señas con un sonido excepcional que remite a la convicción de que no hay malos locales, sino músicos, técnicos y equipos incapaces de responder a exigencias acústicas.

La guinda del planteamiento de Björk fue la ausencia casi absoluta de montaje escénico, si es que se entiende como tal unos vulgares cohetes, algunas imágenes ampliadas de insectos, los bichos menudos siempre inquietan, y proyectar el clip de Wanderlust cuando el tema sonó. Tras la fascinación visual de Biophilia, su anterior espectáculo, Vulnicura es pura desnudez o, mejor dicho, concentra toda la responsabilidad en la propia Björk, epicentro, inicio y fin de todo, hielo ardiente, carisma abrasador, dominio de todos los resortes interpretativos, duendecillo con alma de diva, rutilante estrella que si no conquistó la adhesión de quienes esperaban éxitos sí los dejó con la convicción de haber asistido a un espectáculo impecable. Abandonando la autopista se hallan las carreteras viradas.

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