La distinción. La perfección
Neil Hannon demuestra que su trayectoria, tanto en la faceta más enfática como en la ligera, no ha dejado de arrojar frutos enormes
Normal que Neil Hannon y sus cuatro acompañantes de Divine Comedy comparecieran anoche ataviados con corbata y hasta americana en el MadGarden de la Complutense, pese a los rigores de la canícula. Lógico que el quinteto se atecle como pinceles porque no se nos ocurre un autor popular más distinguido en la transición entre siglos, salvo que en el otro plato de la balanza coloquemos a Rufus Wainwright. La velada de anoche confirmó ante 1.500 testigos la enormidad del repertorio de este británico de fina estampa, sonrisa aviesa y permanente predisposición a ese humor afilado que patentaron al norte del Canal de la Mancha.
Hay que apellidarse Hannon para abrir un concierto con Absent friends, tema que glosa a Oscar Wilde e incluye más vericuetos armónicos que muchos grupos en toda su discografía. Con Assume the perpendicular, “del último álbum”, caemos en la cuenta de que este hombre acumula un lustro sin incrementar su producción. Y, aun tratándose de un silencio doloroso, hemos de respetarlo sin melodrama: Neil lleva escritas tantas páginas deslumbrantes que estaría en su derecho de no garabatear una triste corchea más.
Sin material reciente que le hipoteque, el de Derry se da el gustazo de cantar lo que le viene en gana, desde la desinhibida Generation sex a la radiante Everybody knows that I love you o Bang goes the knighthood y su solemnidad de teatro musical, porque la sombra de Kurt Weill pululaba no pocas veces por los recovecos del Botánico. Hannon puede ser más ligero o enfático, pero jamás perezoso: siempre sus canciones encierran laberintos sonoros en los que perderse con todo el placer del mundo. Y así hasta llegar a The summerhouse, intrincada como un McCartney en estado de gracia (piensen, por ejemplo, en Distractions). El divino comediante no solo reivindica la elegancia textil; también la melódica perfección.
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