El referéndum como mito
El referéndum que plantea Tsipras en Grecia es del todo anormal. No puede convocarse de improviso y una semana antes de su celebración
Es opinión demasiado común que la democracia directa es la más auténtica y que, entre sus actuales formas, muy diversas, el referéndum es indudablemente el mejor procedimiento democrático ya que expresa, sin interferencias, la voluntad de pueblo. Se trata de una opinión no sólo discutible sino perfectamente refutable. Y se puede añadir, la democracia representativa, de tipo indirecto, es mucho mejor, expresa de manera mucho más perfecta la voluntad popular y es más respetuosa con la libertad de las personas.
Cuando se habla de referéndum siempre se saca a relucir la antigua democracia griega. Tras Tsipras y Syriza dudo que se invoque a la Grecia de hoy. Pero es también una opinión demasiado común aludir a la democracia griega antigua como el ideal supremo de democracia. “Aquella era una verdadera democracia, no la de ahora”, se suele decir. Al mantener esta posición se suelen olvidar varias cuestiones.
En primer lugar, que la democracia griega a la que se alude apenas duró un breve período, se limitó sólo a la ciudad de Atenas, cuando gobernaron Clístenes y, sobre todo, Pericles, hace más o menos unos 2.500 años. Los conocimientos que de estos tiempos tenemos son escasos y, con frecuencia, idealizados.
Parece cierto, sin embargo, que se trataba de una participación directa de los ciudadanos en las decisiones que afectaban a asuntos públicos y que allí eran elegidos los gestores encargados de aplicar los acuerdos tomados en la plaza pública. Ahora bien, no olvidemos que se calcula que Atenas, siendo una gran urbe de la época, tenía entonces una población de entre 30.000 y 40.000 habitantes como mucho, y que las mujeres no votaban, tampoco los menores, ni los esclavos, ni los extranjeros. Si ustedes van restando, si la población total ya era poca, lo que queda, ciertamente, cabe en una plaza, siempre que bastantes se abstengan de acudir.
Con ello quiero decir, simplemente, que la democracia griega es un mito que se conservó como tal durante diez siglos de sistemas aristocráticos y autocráticos, hasta que reapareció con las revoluciones liberales. Pero entonces se vio claro que la democracia directa ateniense era inaplicable y que había que pasar a una democracia representativa. Las razones de este cambio eran, sustancialmente, tres.
En primer lugar, el ámbito en el que había que tomar decisiones había aumentado sustancialmente, de ciudades se había pasado a naciones, y de alguna decena de miles de habitantes a varios millones. En esas dimensiones, la participación directa era imposible. En segundo lugar, los fines de la política habían cambiado: el objetivo de un estado liberal y democrático era que todas las personas fueran libres e iguales, gozaran de igual ámbito de libertad.
En tercer lugar, la actividad política había pasado a ser muy compleja, era un asunto para especialistas. Por tanto, como en tantas cosas de la vida, era imprescindible dejar esta tarea a los especialistas siempre que fueran escogidos y controlados por todos los ciudadanos, lo cual comporta ser responsables ante los mismos. Igual que para resolver asuntos privados escogemos un médico, un abogado o un arquitecto, para asuntos públicos debemos escoger políticos, que son los expertos en esta materia.
Nuestras democracias son representativas desde finales del siglo XVIII. Ahora bien, en los años veinte del siglo pasado, un período en el que el parlamentarismo era muy criticado, se introdujo en ciertos regímenes democráticos, de forma excepcional, los referéndums, que antes eran sólo un instrumento de sistemas dictatoriales. Era una forma complementaria de la democracia representativa para determinados supuestos, muy escasos.
El referéndum que plantea Alexis Tsipras en Grecia es del todo anormal. No puede convocarse de improviso y una semana antes de su celebración. Es descargarse de su responsabilidad en estos últimos meses al frente de su gobierno y pasar el muerto a los ciudadanos griegos que apenas tienen tiempo de formar su opinión para emitir el veredicto. Parece un acto de un demócrata y en realidad no lo es, simplemente es no asumir sus propias responsabilidades.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.
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