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Dulce, pero agreste

Dominique A alterna ternura y furia en un concierto en el Instituto Francés

Suenan a modo de prolegómeno unos compases de Love me tender, de Elvis Presley, y lo que parece una cita extemporánea acaba tomando sentido a lo largo de la noche. No, no es que a Dominique A se le confunda con un señor de Tupelo, y mucho menos que deba defender corona alguna, pero hay algo en esa alternancia entre la ternura y la furia, la lija y el terciopelo, que emparienta a ambos personajes. La comparecencia en solitario de Dominique Ané, este miércoles en el Instituto Francés, arrastraba las carencias propias de la parquedad sonora. Pero el hombre del cráneo despoblado acredita, entre temperamento y carisma, una capacidad muy apreciable para llenar las tablas en circunstancias en las que muchos otros se empequeñecerían.

La soledad suele ser garantía de conciertos adustos, incluso ásperos, y solo con sus muchas horas de vuelo y un repertorio que abarca ya más de dos décadas sale airoso del envite el de Provins. Pero acabamos echando de menos la fina arquitectura estilística de trabajos como su muy reciente Éléor, una entrega plagada de pinceladas sutiles, de un detallismo meticuloso. En la crudeza del formato solista solo nos queda esa clásica voz de melaza de Dominique; dulce y corpórea, con la reverberación justa. A vueltas entre los evidentes méritos del protagonista y las limitaciones del formato, los 75 minutos de la vela acabaron resultando algo redundantes, incluso pese a los esfuerzos postreros por introducir elementos de expresividad corporal.

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