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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vacuna contra la insolidaridad

Pese a la movilización de efectivos sanitarios, al riesgo de contagio y a que hay un niño muy grave, los padres de 47 alumnos continúan negándose a vacunar a sus hijos

Dicen que la proximidad distorsiona los artículos. A veces los distorsiona tanto que sirve de excusa para no escribirlos. Vivo a seis metros del colegio al que asistía el alumno enfermo de difteria. Durante cuatro años di clase en él y conozco a sus profesores y las interioridades cotidianas y excepcionales del lugar.

Doble cercanía, pues, porque la discusión sobre las vacunas y sobre el sistema de salud me ocupó cierto tiempo. Disculpen el formato autobiográfico, pero es que en los alrededores de la masía en la que viví mientras daba clases, tenía varios vecinos contrarios a la vacunación. Era un grupo más o menos compacto entre cuyas inquietudes, la vacunación no dejaba de ser un tema más, subsidiario del principal, que es el que nos mueve en todo este asunto, la toma en consideración de los demás en las decisiones personales.

Los había absolutamente en contra de la vacunación. Otros sospechaban del sistema de sanidad pública. La vida alternativa tenía sus adeptos que incluso llegaban a hablar de desescolarización puesto que la escuela era un mero sistema de reproducción social. Cada ámbito tenía su filósofo de la sospecha o su gurú, de Ivan Illich a Teresa Forcades pasando por Thoreau o Krishnamurti.

El lugar era curioso. La entrada al núcleo sigue siendo peligrosa porque se paralizó el proyecto de rotonda que, ay, podía haber supuesto la llegada de forasteros. Como mejor se progresa es sobre las espaldas de los demás: carreteras de primera pero lejos de casa y la mejor salud para los nuestros, aunque sea a costa del resto de la población.

La perversión llega al extremo que se llega a describir como un peligro algo tan beneficioso como la vacunación. El socavamiento de lo público no es exclusivo de la derecha neoliberal. Desprestigiar lo común tiene buena prensa, sobre todo si se hace desde la superioridad moral que otorga autodefinirse como contestatario, verde y alternativo. Si no estuviésemos hablando de una enfermedad mortal, sería para troncharse, pero la broma nos sale cara a todos.

La civilización es socialización. En virtud de esa socialización del dolor que representa el estado grave de una criatura, no podemos evitar solidarizarnos con la familia. Por eso lo realmente grave, lo hiriente, es la falta de correspondencia, la falta de responsabilidad para con los demás, esa protección de la enfermedad obtenida a través del compromiso de los otros con lo público.

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La crítica está muy bien, pero cuando se lanza contra algo tan complejo y delicado como la medicina preventiva, basta intensificarla un poco para convertirla en enmienda a la totalidad. Vivir en sociedad debería significar pasar por encima de esa contradicción. Escuchar cómo se desgañitan médicos y especialistas para convencernos de que las vacunas son un avance es, como mínimo, sonrojante. La foto de la noticia es adecuada, el doctor que diagnosticó el caso reconoció los síntomas, no podía olvidarlos porque su abuelo murió, precisamente, de difteria. Es difícil encontrar mejor vacuna que el recuerdo de la pérdida de un familiar. Socializar el dolor para prevenir el dolor futuro significa solidarizarse con el niño enfermo, con sus padres, con los alumnos que han sido contagiados pese a estar vacunados y con los profesores del centro que, conociéndolos, habrán sufrido lo suyo.

Medio mundo buscando vacunas contra la malaria y contra el sida y otro medio rechazándolas. De los NIMBY de las carreteras (Not In My Back Yard, no en mi patio trasero) a los NIMBY de las vacunas, no me las ponga en mi trasero.

No, no exagero, pese a la movilización de efectivos sanitarios, pese al riesgo de contagio y pese a que hay un niño muy grave en el hospital, los padres de 47 alumnos continúan negándose a vacunar a sus hijos. Uno puede culpar a los gestores de la gripe A y a los intereses farmacéuticos y llegar a decir que el discurso de que un niño vacunado es un niño protegido no es un absoluto científico. Incluso puede lavarse las manos después de promover semejante desastre. Pero la realidad es que el único niño enfermo es el que no estaba vacunado, que los demás han tenido que pasar por un tratamiento que no se merecían y que los padres que no quieren vacunar a sus hijos se pueden permitir ese lujo gracias a los padres de los demás.

¿Vacunas? A lo que nadie renuncia es a los antiinflamatorios.

Francesc Serés es escritor.

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