Duran Duran, el rinconcito nostálgico del Sónar
La banda se dio un homenaje reverdeciendo laureles hoy algo ajados
Los recuerdos. En un festival que mira al futuro también hay momentos para el pasado, para evocarlo con ternura y nostalgia. De eso se encargaron Duran Duran en la apertura de la última noche del festival, reuniendo frente a su escenario a una concurrencia con edad para tener recuerdos. Pese a que el grupo está preparando material nuevo que según aseguran quiere sonar contemporáneo, la mayor parte de su repertorio fue un paseo por sus hits, precisamente los resortes de la memoria. Ellos fueron los protagonistas del inicio de la despedida de la actual edición del festival, que según datos oficiales ha recibido unas 119.000 visitas en total, a las que hay que sumar las 200.000 personas que se calculan lo han seguido por streaming.
Y quienes así lo hicieron y los presentes en el Sonar vieron a una banda con mucho, muchísimo pasado. Sus miembros, con un Simon LeBon ataviado de impoluto blanco, se mantienen en forma y su apostura no se ha quebrantado, aunque sus canciones sonaron en el Sonar un poco más arrugadas que sus intérpretes. Comenzaron de traca, con “The Wild Boys”, “Hungry Like The Wolf” y “The Reflex”, para en la recta final rematar con “Dance Into The Fire” y “Rio” entre otras. Por medio una continuada referencia a los tiempos en los que no se decía de los miembros del grupo que se conservan bien, eso sí, referencia bastante lastrada por un sonido no adecuado para una banda pop, con unos graves exagerados y el resto de los instrumentos, voz incluida, tenuemente audibles. Pero la presencia de Duran Duran era un guiño al pasado y como tal hay que tomarlo. Nada más.
Por la tarde, el Sonar, apurando su programación bajo el sol, dió pruebas de su versatilidad, todo y que dos de sus espectáculos más destacables estuvieron pautados por la cultura popular. Uno de ellos fue la estupenda y clarividente actuación de El Niño de Elche secundado por Los Volubles, presentando un espectáculo de fusión entre flamenco y electrónica pautado por un acentuado carácter ideológico. El otro fue la actuación, ésta, como corresponde, al aire libre, de Bomba Estéreo, el grupo colombiano que fusiona ritmos latinos y electrónicos. La tercera pata de la tarde, ya mucho más cerebral, la puso Holly Herndon y su espectáculo en torno a un ordenador, fuente de sus sonidos y punto de partida y en muchos casos de llegada de su propuesta. Una pata más corrió a cargo de Cabo San Roque, hacedores de ingenios musicales fascinantes que reivindican la mecánica en la casa del mundo digital del Sónar.
Lo de El Niño de Elche fue una verdadera demostración de intuición, mirada intencionada y actitud, propia de unos jóvenes que miran el presente y sólo ven un erial. Era también la primera vez que el Sónar incluía aproximaciones de este perfil al flamenco, del que el espectáculo tomaba los verdiales, un canto de fiesta, como referente para mezclarlo con el concepto de rave, la fiesta electrónica libre por antonomasia. Y de libertad iba el espectáculo, de libertad ideológica, de humor, -se reivindicó en notables ocasiones la figura de Guillermo Zapata-, y de ausencia de prejuicios a la hora de abordar una fusión a priori contra natura. Nada más lejos de la realidad, el espectáculo, punteado por bases "raveras" a muchos beats por minuto, tenía una estética despeinada y gruesa que lo vinculaba con el escaso estilismo de lo popular, cuya alma está en lo que se dice y no tanto en las pautadas y estilizadas formas con las que se dice. En suma, la estética era deliberadamente desportillada, pero es que así se ganaba en intensidad, en identidad y en claridad.
El apoyo a los temas que iban sonando de la mano del cantaor y de sus cuatro músicos de apoyo, uno de ellos guitarra flamenco, estuvo en una proyecciones igualmente despeinadas en las que se alternaban Ada Colau, Dolores Ibárruri y la Virgen del Carmen, así como el coche en el que murió Carrero Blanco, las célebres imágenes de Arias Navarro comunicando al país la muerte de Franco. En suma, un espectáculo ideológico bien trabado que mezclaba fiesta y pensamiento, baile y toma de postura, alegría y reivindicación. "No os juguéis nuestro futuro, devolvednos nuestro presente”, se pudo leer en pantalla.
La fiesta siguió luego con Bomba Estéreo, otra forma de tramar lo popular con lo electrónico. Sólo por escuchar en pleno Village "mueve tus caderas" ya valía la pena estar allí, escuchando cumbias y demás ritmos latinos entreveradas con guitarras africanas y electrónica de baile. Menos bailable fue Holy Herndon y su música de ordenador, que comenzó ruidista para ir ganando pulsión rítmica a medida que avanzaba la actuación, de la que quizás se podía esperar mayor número de sonidos accidentales propios de los entornos informáticos. Finalmente los locales Cabo San Roque presentaron su espectáculo basado en Tres Tristos Trons (tres tristes truenos), una máquina musical tan mecánica como fascinante construida por ellos mismos.
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