La España plural ya está aquí
A pesar del PP y de Mariano Rajoy, desde el sábado hay una mano tendida hacia Cataluña, que Cataluña no puede despreciar
Madrid y Barcelona, en sintonía. El anticatalanismo, en retroceso en las Islas y el País Valenciano. ¿Qué digo? En retroceso en toda España. En Aragón, sin ir más lejos, donde el gobierno saliente humilló a los catalanohablantes con la denominación de la Lapao (Lengua Aragonesa Propia del Área Oriental).
Son los últimos meses de la España del PP, rígida y crispada, incapacitada para hablar y entenderse. Se va José Ignacio Wert, el ministro que quería españolizar a los niños catalanes. Lo poco que queda del PP en municipios y comunidades autónomas se lo debe a Ciudadanos, formación surgida de Cataluña y del vacío al que ha llegado aquí el partido que dirige Alicia Sánchez Camacho.
Queda la mayoría absoluta y sobre todo La Moncloa, que lo es todo en el país de tradición centralista donde la derecha conserva todavía sus ensueños de uniformismo y autoridad. Allí está Mariano Rajoy, el presidente que se comunica a través de la pantalla de plasma, con una disfunción comunicativa que le iguala con la de su partido. Puede pronunciar las palabras diálogo y pactos, pero está incapacitado para ponerlos en práctica.
El PP dialogó y pactó solo cuando lo necesitaba y no podía hacer otra cosa: entre 1996 y 2000. Luego ha perdido los papeles con las mayorías absolutas, la segunda de Aznar, hija del éxito económico y de la prudencia estratégica, y la primera y con toda seguridad única de Rajoy, hija del primer golpe de la crisis y del fracaso de Zapatero.
Aunque Rajoy remodele ahora el Gobierno, nada indica que el PP vaya a cambiar a seis mesesde las elecciones generales. Al contrario, las reacciones ante los pactos municipales y autonómicos y su empeño en el enfrentamiento con el Gobierno catalán indican que los populares van a morir matando. No están programados para hacer algo distinto y, además, solo tienen capacidad para sacar agua electoral del negro pozo de la radicalización y del frentismo.
Se aleja para Rajoy la posibilidad de capitalizar unos éxitos de la economía reconocidos por todos, y por ende la eventualidad de repetir mandato. En caso de que pudiera formar gobierno, debería ser condicionado por apoyos o coaliciones que matizarían su radicalismo y bloquearían su programa más derechista.
Han quedado barridos los horizontes simplistas y felices, que prometían echar a los nacionalistas de los pactos en Madrid, sustituidos por las fuerzas emergentes, y que anunciaban grandes coaliciones para bloquear cualquier reforma al alza del Estado de las autonomías. Las elecciones municipales y autonómicas y los pactos posteriores abren una etapa de profundas reformas del Estado. La España plural ya llama con insistencia a esas puertas.
En esta etapa nueva queda pendiente la agenda de Artur Mas, desgastada desde hace casi un año, cuando le estalló el caso Pujol y, sobre todo, desde que el soberanismo alcanzó la cumbre con la consulta del 9N. Su próxima gran cita es el 27S, cuando Mas quiere convertir unas elecciones autonómicas en plebiscito de independencia.
La nueva dinámica abierta en toda España, también en Cataluña, no ayuda precisamente a esta agenda. La geometría de los pactos demuestra que ni siquiera ERC, no digamos ya la CUP, pueden someterse a la apropiación presidencial del independentismo. La dificultad que tiene el soberanismo, tras la acumulación durante cuatro años de un enorme capital político, es saber cómo gestiona y consolida sus posiciones y no como cumple unos hitos y plazos imposibles al servicio del liderazgo convergente.
De cara al 27S, Artur Mas y Mariano Rajoy se hallan hermanados por intereses similares. A ambos les conviene tensar la cuerda. Todo lo que sea amenazar a Mas con las penas del infierno dará votos en el electorado del PP más fiel y radical. A su vez, las amenazas reafirman y prometen votos al abanderado del proceso y a sus argumentos sobre la baja calidad democrática de la España constitucional. Mas puede esgrimir incluso el recurso último de una declaración unilateral de independencia ante el callejón sin salida que le ofrece Rajoy.
Todo esto explica los silbidos del Nou Camp a un Rey desprotegido por un presidente español ausente y la media y frívola sonrisa de un presidente catalán olvidadizo respecto a la reciprocidad del respeto: solo te respetan si tú también respetas. Ni uno ni otro debieran cerrar los ojos ante la nueva realidad. A pesar del PP, desde el sábado hay una mano tendida hacia Cataluña, que Cataluña no puede despreciar.
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