Nuestro sapo de cada día
Con los puros siempre pasa que nunca uno es suficientemente honrado. Pero, ¿dónde situamos el nivel de integridad?
Tengo un buen amigo que celebra los goles de sus ídolos con fervor y remordimiento. Salta del sofá, se abraza a la tele y, acto seguido, le grita al goleador que devuelva la pasta que tiene en Suiza o en Andorra. Es una celebración que unos achacarían a un trastorno bipolar y otros a una esquizofrenia no diagnosticada.
No, lo que padece es un simple ataque de cotidianidad. De partido de fútbol a partido político, a mi amigo le pasa lo que a muchos dirigentes y a no pocos votantes a la hora de gestionar las contradicciones. Unos abrazan tanto al líder del equipo que cuando se enteran que tiene dinero en Andorra se sumen en una depresión profunda. Otros buscan en el juego una pureza que la política no puede prometer. Los menos, creen todavía en absolutos de justicia, eficacia y democracia. Le exigen al futbol la limpieza del ballet cuando se parece más al rugby, deporte en el que, como dice el poeta, se toma partido hasta mancharse.
¿Dónde situamos el nivel de integridad? El primer listón de nuestro tiempo post crisis (d. C.) lo puso el Podemos pre Monedero con su sistematización de las ideas de mafia o casta. Era difícil escapar a esa enmienda a la totalidad, pero hoy, Don Limpio tiene que pactar con las circunstancias. Las circunstancias son la casta del PSOE. O, aquí, la del PSC. O la de Iniciativa, sus 32 años de gobierno en Barcelona y 12 millones de euros de deuda a La Caixa.
En esa política del silogismo en la que los puros se han metido solos, tenemos que remontarnos al PP y a su política antiterrorista para encontrar algo que se le parezca. Era la época de la demagogia de Acebes y Aznar para situar ETA en todo lo que no era el PP. Como ERC tenía contactos con EH y con el PSC, por irradiación, el PSOE acaba estando cerca de la banda terrorista.
La nueva política debe ser una combinación de palabras y hechos
Con los puros siempre pasa lo mismo, nunca uno es suficientemente honrado. Los candidatos a la presidencia de los Estados solían decir que no se podía ganar unas elecciones sin los magnates del petróleo pero que luego era imposible gobernar con ellos. Los escondían de la misma manera que Barcelona en Comú esconde a Iniciativa. No sé qué debió pensar Ada Colau la noche que Laia Ortiz tuiteaba con afectación la cuenta de los sin techo que se iba encontrando por Barcelona. Yo le podría recordar la de los subsaharianos sin techo que envió a Alcarrás la entonces alcaldesa accidental Imma Mayol. Tampoco estaban suficientemente limpios para estar en la plaza de Cataluña. 32 años: la pureza suele contener un elevado porcentaje de demagogia.
No voté a Ada Colau, entre otras cosas porque no vivo en Barcelona. Como futura alcaldesa le deseo, a pesar de la rémora de Iniciativa, toda la suerte del mundo. Es más, creo que si los partidos tuviesen dos dedos de frente harían una oposición constructiva, facilitarían las medidas de urgencia social que propone y colaborarían en el desarrollo económico de la ciudad. Unos purgarían la soberbia demostrada y otros su incompetencia. Quizás sería un buen primer paso para su regeneración y para demostrar que la nueva política debe ser una combinación de palabras y hechos, de formas y contenidos.
Cierto, no hay nada gratis. Como Colau, todos tenemos que tragar nuestro sapo de Iniciativa porque la política es un gran banquete de sapos aderezado con todo tipo de condimentos. Jugar con las contradicciones del adversario es inevitable pero lo malo de aprovecharse de ellas es que tarde o temprano al más puro de los defensores de los okupas le sale un piso turístico. Entonces los efectos son devastadores: cuanto más alto sube el mono, mejor se le ve el culo.
Con los problemas que arrastra la ciudad, un piso turístico es una tontería, pero es que cuando nos prometían nueva política, ¿no se trataba precisamente de eso? De proponer un nuevo estilo y de creer que los electores somos lo suficientemente maduros para reconocer el valor de los políticos que se comen sapos por nosotros. Si todos nos comemos nuestro sapo diario, ¿cómo no vamos a imaginar los menús que nos sobrevuelan?
El primer compromiso de la nueva política debería ser no tomar por tontos a los ciudadanos. Más que nada, para poder diferenciarse en algo de la vieja.
Francesc Serés es escritor.
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