Aulas de dignidad para mujeres sin recursos
El programa CaixaProinfancia ayuda a familias en situación de pobreza y riesgo de exclusión social

Tania vive con sus dos hijos en una casa okupa y cuenta para su manutención solo con el dinero que recibe de los servicios sociales. Hace más de un año que está en paro y desde que se casó con un marroquí se abrió una brecha con su familia gitana. Cada miércoles por la mañana en el barrio de Carabanchel, Tania se encuentra con otras siete madres en un curso del programa CaixaPro Infancia, en el que Sara Arias, educadora social y mediadora familiar, les ayuda con los problemas cotidianos en su labor de madres. Pero la asistencia se extiende también a dar alivio y apoyo moral a sus problemas personales, su situación de paro laboral y su compleja realidad familiar.
“Las mujeres que están en este curso tienen una situación de vida difícil. Mujeres separadas, algunas víctimas de violencia de género o con familias desestructuradas”, afirma Arias y añade: “Todas perciben una renta mínima de ayuda social que oscila entre 400 y 425 euros. Una cantidad muy pequeña si tienes que alimentar sola a dos hijos”. El curso que empezó en noviembre finaliza en junio y continuará un año más a partir del próximo otoño. “Es un acompañamiento transitorio. Se trata de que las familias se empoderen y tomen las riendas de su propia vida”, explica Arias.
“Aquí cada una venimos con una vida, con un caso, a veces muy fuertes. Ser madre es difícil”, dice Tania con un semblante tranquilo a pesar de su compleja realidad. Las madres llegan al curso desde los servicios sociales. Con cada una, la mediadora familiar plantea unos objetivos concretos para mejorar su calidad de vida en el futuro próximo. Las actividades que realizan con las madres provienen de las situaciones que ellas mismas plantean y de las cosas que necesitan mejorar en sus vidas. “No es fácil ser madres como ellas. Algunas casadas ni siquiera hablan con sus esposos, pero no se pueden separar porque la ley gitana o musulmana no las deja divorciarse”, explica la trabajadora social. Y detalla: “A veces las mujeres no verbalizan el maltrato que sufren”.
De las ocho mujeres, cinco son gitanas, una ecuatoriana y dos marroquíes. “Venir aquí me ha servido para desahogarme. A veces Sara ha tenido la actividad preparada, pero ha visto que alguna no se sentía bien y entonces ha dejado que nos sintiéramos libres para hablar”, zanja Ana, gitana, madre soltera con una niña.
Todas están de acuerdo en que el curso se ha convertido en un grupo de amigas. “Te preparas una noche antes. Llegas acá con ilusión”, dice Tamara. “Lo que se habla aquí lo reflexionas en casa, lo tratas de incorporar en tu vida”, comparte Erika, madre de dos hijos. Se escuchan risas y se las ve alegres. Sin embargo, Arias apunta después que “la autoestima de estas mujeres es muy baja”. “Les ayudo a que vean su fuerza de resilencia. Otras personas se hundirían si tuvieran que afrontar lo que ellas afrontan”, concluye.
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