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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Imagen y sentimiento

La autenticidad de las candidatas Carmena y Colau ha mostrado un liderazgo alejado de los estereotipos de la mercadotecnia política

Milagros Pérez Oliva

E difícil aquilatar qué factores han sido más determinantes en el éxito de las candidaturas de confluencia que han puesto las alcaldías de Madrid y Barcelona al alcance de dos mujeres cuyo liderazgo se ha forjado fuera de los anquilosados cauces de los grandes partidos. En primer lugar está, por supuesto, la necesidad de acabar con un modelo de gobernanza que ignora las necesidades de la mayoría, incurre con frecuencia en prácticas corruptas y se expresa de forma prepotente. Al éxito ha contribuido también la capacidad de generar ilusión en amplias capas de la población, lo que ha producido un concentrado de energía política que no se veía desde hacía mucho tiempo.

Pero hay otro factor que ha sido determinante: la personalidad e imagen pública de las candidatas, Manuela Carmena y Ada Colau, que ha permitido visualizar un tipo de liderazgo alejado de las estereotipadas pautas de la mercadotecnia política. Las dos tenían un rasgo en común: la proximidad. Una actitud nada impostada, sincera, natural, abierta, que no tenía problema en mostrar debilidades y titubeos —lágrimas incluidas—, capaces de transmitir un fuerte convencimiento y una gran ilusión, pero también el agarrotamiento de la responsabilidad. Mujeres valientes con un reto enorme sobre sus hombros.

Las dos tenían un rasgo en común: la proximidad. Una actitud nada impostada, sincera, natural, abierta, que no tenía problema en mostrar debilidades y titubeos, lágrimas incluidas.

Autenticidad sería la palabra clave: siendo ellas mismas transmitían emoción auténtica y eso facilitaba que los seguidores pudieran contagiarse y compartir también la suya. Actuaban como mediadoras de un ritual colectivo. La política, cuando expresa un anhelo compartido, tiene mucho de ese sentimiento que el filósofo André Compte-Sponville define como la necesidad intrínseca de “comunión” que todo ser humano experimenta, sea religioso, agnóstico o ateo. Activar ese sentimiento es lo que busca muchas veces la propaganda política, como los poéticos abrazos de la campaña de la CUP. Pero no siempre lo consigue.

Frente a la figura entrañable de una Manuela Carmena que parecía recibir como una bendición la tardía posibilidad de un nuevo servicio público, aparecía una estirada Esperanza Aguirre, tan agresiva en la defensa de su feudo y tan sobrada de recursos que el contraste se convertía en una baza para la jueza. Algunos golpes de efecto de la campaña de Aguirre acabaron siendo un bumerán, como ese sofá impoluto instalado en las calles de Madrid en los que la marquesa se disponía a recibir las sugerencias de los ciudadanos... porque toca y sin que sirva de precedente. Madrid como el salón de su casa, una imagen tan poco creíble como la impostada utilización de la palabra “revolución” en los anuncios del PP.

Uno de los obstáculos que ha de superar un candidato es lograr que se le conozca. Aguirre era muy conocida. Manuela muy poco. Pero la juez contó con una ayuda inesperada: la creatividad y capacidad de agitación —gratis et amore— del autodenominado Movimiento de Liberación Gráfica de Madrid, un ejército de artistas plásticos que sembraron las redes y las calles con su imagen.

Parece que también en la comunicación política falta aire fresco. Creo que entre los electores empieza a cundir el hartazgo de ser tratados como meros consumidores...de política

El mismo dilema se le planteó a Jaume Collboni, candidato socialista, frente a una Ada Colau archiconocida desde que llamó criminales a los banqueros en el Congreso. Collboni había ganado las primarias de su partido, pero seguía siendo poco conocido. Recurrió a su amigo Risto Mejide para diseñar una campaña de impacto. Y lo fue. Los anuncios eran efectistas, pero hay división de opiniones sobre si finalmente el impacto fue positivo o negativo. Los resultados parecen abonar la segunda hipótesis. Primeros planos del rostro de Collboni golpeado por un guante de boxeo: “Los ciudadanos de Barcelona reciben muchos golpes cada día y yo no lo pienso consentir”. Collboni “se rompe la cara por Barcelona”. “No fotem”, terminaba.

El problema es que la campaña aparece como un “montaje”. El candidato es el protagonista de un artificio. Eficaz en el propósito de llamar la atención, pero ninguna emoción. Alfred Bosch llevó la estrategia de la representación al extremo de aparecer como un imitador. Caricaturizaba con eficacia el discurso business-friendly de Trias y el castastrofismo de Podemos, para luego presentarse a sí mismo como el genuino salvador de una Barcelona inminente capital de la República Catalana. Demostrar semejantes dotes de imitación no ayudan a la autenticidad: cuesta diferenciar dónde acaba el actor y dónde comienza el político. En realidad, todo es actuación.

El contraste entre naturalidad y artificio ha estado muy presente en esta campaña. Parece que también en la comunicación política falta aire fresco. Creo que entre los electores empieza a cundir el hartazgo de ser tratados como meros consumidores...de política.

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