Música sin disfraces
El pianista Murray Perahia evitó cualquier tentación efectista a lo largo de un programa sin concesiones en el Palau de la Musica
En su regreso al Palau de la Música, el pianista estadounidense de origen sefardí Murray Perahia evitó cualquier tentación efectista a lo largo de un programa sin concesiones, con una primera parte quizás demasiado larga, aunque estructurada con maestría. La selección y el orden de las piezas seleccionadas mostraban de forma natural la evolución de los recursos técnicos y expresivos del rey de los instrumentos de teclado, desde el barroco al romanticismo, pasando por el esplendor del clasicismo. La música, pues, quedó situada en primer plano, sin la vanidad del intérprete reclamando más atención de la necesaria.
Johann Sebastian Bach para comenzar -la Suite francesa núm. 6- y primera demostración de rigor y fantasía, de buen gusto en la ormentación y de equilibrio sonoro. Después Perahia dedicó especial atención a Franz Joseph Haydn, combinando la vitalidad y audacia de la Sonata en la bemol mayor con la ciencia que sustenta las Variaciones en fa menor, piezas en las que iluminó los detalles novedosos de la escritura y jugó con los contrastes dinámicos sin imposturas: en la personalidad de Perahia, la música no necesita el disfraz de espectáculo que algunas estrellas mediáticas adoptan sin reparos para conquistar al público.
Murray Perahia
Murray Perahia, piano. Obras de Bach, Haydn, Beethoven, Franck y Chopin. Palau 100. Palau, 13 de mayo
Llegó Ludwig van Beethoven y con él lo mejor del concierto, una versión de la Sonata núm. 14, Claro de Luna, narrada con elocuencia, sin forzar el juego de contrastes expresivos que el sordo de Bonn construye admirablemente. En la segunda parte, Perahia exploró a conciencia los colores y la sensualidad de César Franck, y lo hizo respetando la severidad y rigor de la herencia bachiana que sostiene la arquitectura interna del Preludio, Coral y Fuga del compositor belga.
El veterano pianista situó como pieza final del programa el Scherzo núm. 1, en si menor, op. 20 de Frédéric Chopin, un volcán de emociones. Acertó en el pathos de la agitada partitura de 1831, escrita mientras vivía, desde la distancia, la lucha del pueblo polaco contra la opresión rusa. Se entregó a fondo, sin añadir dramatismo ni sobreactuar, algo que en Chopin siempre es un peligro; bastante rabia, indignación y dolor en la nostalgia pone el compositor en la partitura como para añadirle teatro de cara a la galería.
No es Perahia un pianista de aséptica perfección e incluso los pequeños deslices resultaron irrelevantes ante la grandeza de la interpretación. Al final, entusiasmo del público y tanda de propinas iniciada con el bellísimo Impromptu núm. 2, op. 90 de Franz Schubert.
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