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LA CRÓNICA

‘Que hi ha algú?’

Los servicios se han deshumanizado y nadie atiende a razones, todo externalizado, nadie responsabilizado

Ramon Besa
El funicular de Vallvidrera.
El funicular de Vallvidrera.CONSUELO BAUTISTA

No tengo suerte con los cines, seguramente porque a menudo elijo las películas sin tener mucho en cuenta la sala, simplemente por comodidad, en función también de la velada organizada, que a veces incluye una cena o un paseo por Barcelona. Asumo que con la edad, la dieta y las restricciones de alcohol soy cada vez más intolerable y refunfuño cuando las parejas remueven y crujen las palomitas y absorben la Coca Cola con unas pajas kilométricas o peor aún en el momento en que los espectadores mayores no atinan a apagar el móvil que les han puesto sus hijos como cordón umbilical por no hablar de las juergas que se monta la chavalería a la que el maestro ha mandado a ver Camino a la escuela.

Una sesión interrumpida

Aunque soy de los que cree todavía en el ritual del cine, y acepto a los que se distraen sin mirar a la pantalla, no soporto que la película resulte ininteligible y no se disponga de personal para reparar el daño causado en un espacio común regido por el sentido común, abandonado el espectador a su suerte, señalado como un maniático si se levanta para pedir silencio y poder ver La Casa del Tejado Rojo. No queda más remedio sino no hay acomodador que atienda las quejas; se impone la autogestión o ir en busca de los empleados para reclamar, como me pasó el día que proyectaban Red Army.

Atrapados en el funicular de Vallvidrera, nadie acude en auxilio

La sesión se presentaba tranquila, sin sospechosos dispuestos a visionar la película como si estuvieran en el sofá de casa, cuando advertimos que los subtítulos quedaban cortados, parcialmente fuera de foco, y no había manera de que quienes no entendíamos la versión original pudiéramos seguir los diálogos. Así que alguno empezó a protestar, a silbar y después a gruñir, ya puesto en pie de cara al proyector sin saber que allí no había ni Dios. La máquina no se detuvo hasta que una espectadora salió de la sala y se personó en las taquillas para advertir del fallo y exigir que pusiera el documental desde el principio.

Vuelta a empezar en cinco minutos, de nuevo se repitió el error, otra vez la bronca, más presión para la taquillera, todos renegando contra la automatización, sin mediar explicación ni consuelo, que al fin y al cabo es lo que pide la gente de bien. El mismo cabreo que siente el que se ha quedado atrapado en un parking inteligente o en el funicular de Vallvidrera, como me pasó el domingo en que cumplía como socio de Senglars, el equipo que entrena mi compañero Jordi Quixano. Llegué tarde al partido porque una docena de ciudadanos nos quedamos encerrados en la cabina diez minutos, sin más acompañamiento que una alarma a la que nadie atendía y un altavoz que informaba de que no podían montarse más de 50 personas o 3.500 kilos.

Muchos advertencias y ningún remedio para los ataques de pánico, como el que sufrió una señora que se vio separada de su niño y marido, sin que se pudiera entrar ni salir del funicular, igual de imposibilitados los de fuera que los de dentro, peleados la mayoría por tocar dos botones igual de inútiles, uno verde y otro rojo, incapaces de acallar aquel zumbido que destrozaba cualquier oído menos el del jefe de estación. Ni subía ni bajaba la cabina y nadie acudía en nuestro auxilio, circunstancia que alteró la convivencia de los afectados, varios enfadados con dos pasajeros que se montaron con sus bicicletas y alguno de muy mal humor por el ladrido de un perro con malas pulgas.

Deshumanización

Me acordé de La Cabina y también del padre del que inventó el funicular de Vallvidrera, sobre todo cuando nadie respondía a las llamadas del interfono, hasta que arrancó por la misma regla de tres que se había parado, como si no hubiera pasado nada, de nuevo en ruta, deseosos la mayoría de huir de la cabina y poner a caer de un burro al primero que se cruzara por la calle, que en mi caso fue el árbitro del encuentro del Senglars. A menudo pagan justos por pecadores cuando se necesita descargar la ira y no hay quien se ofrezca de mediador.

Los servicios se han deshumanizado y nadie atiende a razones, todo externalizado, nadie responsabilizado. Pocas veces me sentí tan solo y desesperado estando tan acompañado como en aquel funicular, hasta que regresé al cine y me encontré con una pandilla de desalmados que se montaban una fiesta con chuches y litronas mientras se proyectaba La Oveja Shaun. Me ofrecí de acomodador, pero me di cuenta de que me sacarían a patadas de la sala y decidí regresar a casa con los Ferrocarrils de la Generalitat. Ya acomodado, después de escuchar por los altavoces un par de mensajes de urbanidad respecto a la utilización de los asientos, nos tiramos un rato sin que el tren arrancara a la hora prevista, retraso que provocó la salida al andén de un pasajero al grito de: “¡Que hi ha algú?”.

Hoy, al subir al bus 24, se montó un revisor al que recibí emocionado después de exhibir mi T-10. Y respondió: “Bon dia, gràcies

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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