Sonar+D muestra su personalidad con un concierto con viejos televisores
El ámbito más experimental del festival, que se celebrará en junio, gana espacio y se asienta en Montjuïc
Que los festivales de música han de ofrecer más que músicos en un escenario es algo que el Sonar ya descubrió antes que este formato de exposición musical se convirtiese en sarampión estival. En consecuencia, el Sonar (del 18 al 20 de junio) presentó ayer el Sonar+D, su ámbito más experimental y tecnológico, que en su tercera edición gana espacio, amplía actividades y se configura como lugar de encuentro e intercambio de proyectos entre asistentes, sea cual fuere su condición profesional. Olvidados los tiempos en los que un evento así justifica su sentido desde el punto de vista de impacto económico en la ciudad que lo acoge, el Sonar+D, junto con el propio Sonar, “ofrece una experiencia completa del hecho creativo, permitiendo que un responsable de marketing conecte con músicos y éstos contacten con técnicos y programadores capaces de ofrecer soluciones a sus necesidades creativas”, señala Ricard Robles, uno de los tres directores del Sonar.
El Sonar +D se dividirá en cuatro ámbitos: exhibiciones, congreso, trabajo en red y actuaciones en directo. Estas últimas pueden tener lugar en los escenarios específicos del Sonar+ D o en los demás escenarios del festival, que este año ha creado una nueva acreditación que permitirá a los interesados seguir solo las actividades diurnas y las propias del Sonar+D, que gana espacio y se asienta en el Pabellón 4 de la Fira de Montjuïc. Allí habrá desde experimentos big data con las comunicaciones de los asistentes que se presten a ver monitorizados sus dispositivos digitales, hasta conferencias, instalaciones y demostraciones tecnológicas. “No se trata de que el festival crezca para sólo ir a un lugar más grande, sino ampliar el relato y escapar de un modelo que creemos se ha quedado estrecho”, expone Robles.
Como prueba de ello, anoche un artista japonés a medio camino entre músico, programador, empollón de la clase, tecnólogo y sabio chiflado, Ei Wada, realizó una suerte de concierto en el que los instrumentos eran obsoletos aparatos de televisión, de aquellos que antes de su adelgazamiento plasmático aún funcionaban con rayos catódicos. Manipulando los mismos y conectando cables de audio a conectores de imagen y tras comprobar que los televisores, por muy ancianos que fuesen, producían sonido e imagen, Wada dio un paso más y grabó la imagen resultante para luego introducirla en terminales de audio. Era una especie de juego de espejos y trampas tecnológicas que convierte a esas viejas pantallas en instrumentos.
Wada dispuso en un local de la calle Comerç un grupo de televisores que producían sonido bien cuando acercaba sus manos a la pantalla, como si se tratase de un theremin, o bien cuando percutía con las mismas sin reparo alguno y sin temor a acalambrarse. Los sonidos, que iban de lo atmosférico a lo rítmico y eran saludados por los espectadores con la tradicional entrega festivalera, no eran nuevos pero sí los instrumentos que los generaban, muestra práctica de lo que pretende el Sonar+D. Cualquier día se verá un anuncio en televisión donde el protagonista es una vieja pantalla que suena cuando la manosean. Si ocurre, cabrá recordar que esa unión nació en un Sonar+D.
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