“Esta ayuda me dio la vida”
Las cuidadoras valoran la prestación por atender a sus familiares
El único momento en que la expresión de Toñi se torna en sonrisa es cuando se acerca a su marido, lo mira y coge sus manos para posar para la fotografía. La cara de esta mujer de 56 años refleja los problemas y la preocupación del día a día para que Juan esté perfectamente cuidado. Dejó su trabajo de costurera, que completaba los ingresos que entraban en casa, porque no podía con todo. "Cuando no es ir al médico, es otra cosa… A veces cojo algún encarguillo, pero poca cosa", cuenta mientras mece a su nieto menor en el cochecito. Hay otros tres con más edad de los que se siguen haciendo cargo para ayudar a los hijos.
Toñi cobra 272 euros por el cuidado de un familiar dependiente. El matrimonio también tiene el servicio de Teleasistencia. “Nos ha salvado muchas veces, ni te lo puedes imaginar”, relata, justo antes de recordar alguna otra vez que ha tenido que echarse a cuestas a su marido, de 62 años. Él está jubilado, con la invalidez total reconocida, y sus patologías son casi tantas como las 20 pastillas que tiene que tomar al día. Párkinson, diabetes, hipertensión, trastorno bipolar, ansiedad… La obsesión de la mujer es tener perfectamente ordenados los medicamentos y los trastea continuamente para distinguir los de la mañana, la tarde y la noche. “Lo que pienso siempre es qué va a pasar si yo no estoy”, confiesa. Por eso lo tiene todo perfectamente anotado en las cajas.
Los dos hacen una loa continua de la sanidad pública. No sólo por la ayuda económica que reciben, sino por el trato que reciben de todos los médicos a los que visitan, que son muchos. “Esto lo que hace es que podamos terminar el mes”, apunta Juan sobre la prestación económica que complementa su pensión. Dolores Fernández, al cuidado de sus padres, es aún más explícita: “A mí me dio la vida”.
El padre de Dolores, de 90 años, tiene párkinson y movilidad reducida. Su madre, con 85 años, sufrió un ictus hace unos años del que se ha ido recuperando, aunque le restó independencia. Ella cuida a los dos, pero recibe sendas ayudas (de 230 y 260 euros) que le han permitido contratar los servicios de una mujer por las mañanas. Dolores toma el relevo por las tardes y algunas noches. La presión a la que está sometida una cuidadora de personas dependientes es muy alta. “Cuando los dejas solos, te sientes hasta mal, culpable”, explica Dolores.
Las horas que ha ganado por las mañanas han mejorado su estado. “Ese ratito nada más me da la vida, llego mucho más tranquila para estar con ellos. Antes cualquier cosa me exasperaba y terminaba gritándoles”, admite. Si su padre tiraba un vaso, ella se desesperaba. Ahora está "mucho más calmada".
Dolores continúa con su empleo en un hotel los fines de semana. Dejó de trabajar a tiempo completo para cuidar a sus padres, pero su situación económica no le permitió renunciar del todo al trabajo. Cotizó a la Seguridad Social como cuidadora hasta finales de 2012, cuando el Gobierno dejó de asumir estas cuotas, y ahora solo lo hace por su trabajo en sábado y domingo. “Me venía muy bien”, dice, pensando posiblemente en su futura pensión. La cantidad que cobraba también se redujo sensiblemente. “Pero por lo menos es una ayuda”, concluye.
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