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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ciudadanos, el cortafuegos

A diferencia de Podemos, el partido de Rivera no supone, ni por origen ni por ideario, una amenaza para el ‘statu quo’

Enric Company

Más que un salto al estrellato o una escalada a la primera fila política, lo de Albert Rivera en este 2015 entra más bien en la categoría de las designaciones áureas. Un político procedente de las juventudes del PP, que lleva una década dedicado al cultivo del monotema del antinacionalismo catalán en el Parlamento autónomo al frente de un partido regional llamado Ciudadanos, ha sido súbitamente ungido no se sabe muy bien por quién, pero con una unanimidad en los medios de comunicación españoles por lo menos sorprendente, como alternativa a la pareja PP-PSOE en aparente paridad con el Podemos de Pablo Iglesias. ¿Quién le ha señalado para tan alta misión? Joan Herrera le definió semanas atrás como el candidato del Ibex 35, y probablemente sea algo exagerado atribuirle tan poderoso apadrinamiento. Pero lo que para los oídos de unos puede sonar como una descalificación, para otros puede ser interpretado como la mejor garantía.

Sucede, sin embargo que, a diferencia de Podemos, Ciudadanos no avanza gracias al activismo de los movimientos sociales y las protestas contra la devaluación salarial y los recortes sociales. Rivera no es, como Iglesias, el más destacado de un nutrido grupo de políticos relativamente jóvenes pero curtidos en mil batallas que les han llevado a formular su propio proyecto alternativo al austericidio neoliberal dictado por la Unión Europea y ejecutado en España por los Gobiernos de Zapatero y Rajoy. Tampoco es una emanación política de las mareas blancas que han luchado a favor de la sanidad pública, ni de las mareas amarillas que se han batido contra los recortes en la enseñanza. No tiene nada que ver con las desesperadas peleas con vigilantes y policías ante sucursales bancarias para detener los desahucios de las víctimas de la burbuja inmobiliaria.

A diferencia de Iglesias, Rivera y su partido no se alzan siquiera sobre el modesto pero prometedor 8% que Podemos obtuvo en las elecciones al Parlamento de mayo de 2014. Aquel día Ciudadanos se quedó en un más bien exiguo 3,16% de los sufragios emitidos. Si se tiene en cuenta que en su provincia de origen —tanto del partido como del ciudadano Rivera— la de Barcelona, que es la segunda más poblada de España, obtuvo un meritorio 6,8%, y en la de Madrid llegó al 4,8%, se comprende fácilmente que su promedio en todas las demás sea tan bajo que, hablando con propiedad, no pueda decirse que, de momento, Ciudadanos haya llegado a la categoría de lo que quienes imparten doctrina de españolidad califican como partidos nacionales.

Ciudadanos es desde su nacimiento lo contrario a una amenaza para el statu quo español

Desde luego estas no son las únicas diferencias entre Ciudadanos y Podemos. Lo que más les distancia es que mientras Podemos surge como alternativa al statu quo político representado por el bipartidismo PP-PSOE, Ciudadanos es promovido, justamente como lo contrario, como gran cortafuegos destinado a atajar el avance electoral de Podemos.

Ciudadanos es desde su nacimiento lo contrario a una amenaza para el statu quo español. Nació en Cataluña con la pretensión de salvaguardar un planteamiento nacional-lingüístico que garantiza la hegemonía social de la lengua castellana en esta comunidad. Surgió del miedo de algunos sectores de población a perder la tranquilidad con que vivían en Cataluña sin hablar jamás en catalán. Su caballo de batalla fue el combate contra el modelo lingüístico en la escuela pública, en el que defendían una posición muy minoritaria en Cataluña, pero sistemáticamente apoyada por la caverna mediática madrileña. Su batalla ha sido y sigue siendo un bilingüismo que, en la práctica, significa el mantenimiento del predominio social del castellano.

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Aunque muchos de sus fundadores habían sido simpatizantes socialistas y el partido nació con un barniz retórico progresista, lo cierto es que desde el primer momento sus posiciones le alinearon con el PP y se sumó a la oposición a los Gobiernos de izquierda presididos por Pasqual Maragall y José Montilla. En política lingüística y en lo que hiciera falta, lo prioritario era oponerse a la transversalidad catalanista.

Ciudadanos presenta ahora como candidata a la alcaldía de Barcelona a una exdiputada del PP y este no es el único dato que le muestra, en la práctica, como opción intercambiable con el partido de Mariano Rajoy. Lo dicen también los sondeos de opinión, en los que aparece como posible recambio generacional para una derecha con la que comparte una misma concepción nacional de España. La muleta perfecta para el caso de que las elecciones legislativas del próximo otoño/invierno requieran alianzas para formar mayorías de gobierno en España.

Para ello, su baza fuera de Cataluña es mostrarse ahora como apto para todo, un partido ni carne ni pescado, eventual bisagra lo mismo para el PSOE en Andalucía que para el PP en Valencia. Rivera habla contra la corrupción, pero no le sucede como a su rival de UPyD, Rosa Díaz, que se ha descalificado ante los electores de la derecha al pedir cosas como la cárcel para Rodrigo Rato por la gestión de Bankia. Patinazos como este son impensables en Rivera.

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