Gestionar la demagogia
No hay ciudad en el mundo que renuncie al turismo, ni siquiera es posible ponerle coto: es una tendencia mundial
Más gente fuera que dentro: el turismo se ha convertido en uno de los temas clave de las próximas elecciones municipales. Así que el Ayuntamiento de Barcelona convocó la primera audiencia pública de los últimos nueve años para debatir de tú a tú con los vecinos, que acudieron en masa, algunos organizados, algunos con pancartas, algunos con propuestas, todos con quejas.
Como digo, más de la mitad se quedaron fuera porque no cabían en la sala de la Biblioteca Jaume Fuster. La audiencia fue bastante caótica y reveló lo que ya se sabía: que en la ciudad hay intereses contrapuestos y que, cuando un sector de actividad toca el 12% del PIB, mucha gente resulta afectada para bien y para mal. De manera que el gesto municipal de escuchar y prometer nuevas maneras de gestionar era tan oportuno como temerario. Sònia Recasens, que es una mujer hábil e inteligente, apechugó con el debate sabiendo muy bien que éste es uno de aquellos temas que se prestan para todo tipo de excesos.
La clave del turismo no es la tasa si una parte de la recaudación se va a dedicar a “compensar” a aquellos barrios con más presión, como propone Recasens. Lo gordo es que la tasa se haya dedicado hasta ahora simplemente a promocionar la ciudad, sin más. El tema es que los sucesivos consistorios han dejado de lado su papel central de árbitro entre los intereses de los unos y los derechos de los otros. Cenaba yo el otro día en un principal de Ciutat Vella y mientras charlábamos iban cayendo los gritos y las carcajadas de los transeúntes como si fueran el badajo de una campana con su ritmo regular. Y había visto al llegar las pancartas pidiendo silencio, reposo, ¡dormir en paz!, justo encima de las amplias y omnipresentes terrazas que era fácil imaginar llenas de gritos y carcajadas también. El tema del turismo es ese arbitraje, esa autoridad, esa defensa del barrio y de los vecinos.
Después está esa tensión especulativa que nos lleva a pensar en una mini-burbuja específica de hoteles en construcción y apartamentos en clandestinidad fiscal, sabiendo los inversores que esa gallina declinará pero que mientras dure se habrán hecho unos dineros. Otra vez el arbitraje que falla, el pan para hoy: dicen los expertos que el turismo de mañana mismo ya será otra cosa. Que se buscará más el recuerdo individualizado que el souvenir en masa. Que se vendrá a buscar lo que Barcelona se está cargando, que es la vida real en su propio ambiente.
A lo mejor nos quedamos con los hoteles vacíos y la gente alojada en una especie de bed&breakfast urbano, que también será desbordado por la avidez, y así iremos matando la verdad de la ciudad, su mejor carta. Mientras tanto, el cosmopolitismo y la vivacidad que aplaudimos también son fruto del turismo.
No hay ciudad en el mundo que renuncie a su cuota de turismo, ni siquiera es posible ponerle coto: es una tendencia mundial. Así que la gestión no es sólo del Ayuntamiento o de los inversores, sensatos o desaforados; no es tampoco de los vecinos. También hay que gestionar la demagogia que el tema hace aflorar, para que las alternativas sean viables. En pocos días hemos oído a Ada Colau ajustar su mensaje en relación al Mobile World Congress, que no es exactamente turismo cotidiano, pero que es el epítome de la ciudad en el mundo. Es un hito que venga Mark Zuckerberg a decirnos cómo cree que será el futuro de la tecnología, esa que inunda todos los rincones de la vida y del tiempo. Porque gracias a estas presencias, a este negocio, Barcelona es un centro de investigación y de inversión de las compañías implicadas. Poca broma. Y menos improvisación.
Primero dijo Ada Colau, con intención critica, que era un “gran acontecimiento”, vieja política, aquella de los artificios sonados que ayudaban a invertir. Después dijo que había que hacer una auditoría, la palabra mágica, pero ¿a quién auditar y para descubrir qué? Más tarde apuntó que el congreso tenía lugar cerca de la Zona Franca y los vecinos no obtenían nada a cambio. Se entiende que Núria Marín, alcaldesa beligerante, corra a promocionar L'Hospitalet a pie de Fira, porque es su territorio. Y cierto es que de la Fira a la Zona Franca —¿no sería lindo cambiarle el nombre al barrio por uno más acogedor?— se puede ir a pie, si se salvan algunos impedimentos topográficos, pero la relación entre el barrio y la Fira es nula, porque los flujos de la ciudad son tozudos y se establecen por lógicas difíciles de contradecir.
Finalmente Ada Colau acertó con la crítica: mucho Mobile Congress pero una parte de los vecinos de Nou Barris no tienen conexión a Internet. O sea, redistribución de beneficios, que es otra vez hablar de arbitraje entre el negocio y los derechos.
Gestión, participación, sensatez. En el turismo y en las denuncias. No abusemos ahora de Nou Barris como metáfora de la ciudad prometida. ¡Con lo que ese distrito ha luchado para ser como todo el mundo!
Patricia Gabancho es escritora.
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