La tertulia como síntoma
La esfera pública digital aumenta la deliberación entre ciudadanos activos que no precisan intermediarios
La tertulia se ha convertido en el espacio de debate político por excelencia. Todas las radios y televisiones la han adoptado como formato principal y prácticamente exclusivo de discusión sobre la actualidad política y social. ¿A qué se debe esta multiplicación de la tertulia como género privilegiado de deliberación pública?
La primera y principal razón es económica. La tertulia es un formato sencillo, eficaz y muy asequible. La crisis de medios públicos y privados ha aumentado el recurso a un género que consiste en reunir a una serie de personas que, por discretos honorarios, ocupan horas en las parrillas de las programaciones, sin necesidad de guiones ni producciones complejas. Las tertulias se adaptan bien al lenguaje audiovisual fragmentado que, con intervenciones rápidas y cortas, proporciona gratificación inmediata al público, de manera que consiguen audiencia con facilidad y resultan muy rentables para el medio que las ofrece.
Pero también podríamos pensar que las tertulias se han multiplicado porque la sociedad está hoy mucho más politizada. El movimiento a favor de la independencia, los efectos de la crisis económica, las grietas del sistema político de la transición y la emergencia de nuevos partidos, la corrupción o el cambio tecnológico serían las causas de un interés superior por la política que explicaría la mayor necesidad de espacios de debate crítico sobre la actualidad.
Las tertulias podrían asimismo ser una respuesta a un mundo cada vez más incierto y complejo, en el que resultaría más necesario que nunca tener espacios de reflexión que permitan interpretar y traducir esta sociedad que cambia a gran velocidad.
Sea cual sea la razón, se parte de la hipótesis de que la tertulia es un buen formato para la deliberación política, entendida como ese espacio de información y formación de opinión que, a través del intercambio de ideas, es fundamental para la democracia. La pregunta es si las tertulias actuales sirven para tan importante función.
En realidad, la tertulia entendida como espacio de deliberación es un fenómeno tan viejo como la política. El ágora griega y los encuentros en salones y cafés de la Europa del siglo XVIII ejemplifican la larga tradición de este tipo de encuentros. Oradores, expertos y prescriptores también son figuras constantes en la historia de la política.
El ejemplo más evidente es el programa televisivo que ha encumbrado a Pablo Iglesias como líder de Podemos
¿Cuál es entonces la novedad de las tertulias de los últimos tiempos? El cambio de contexto. Las nuevas tecnologías y, en particular, las redes sociales, han creado nuevas formas de circulación de la información y han abierto circuitos paralelos para la discusión, la crítica y la vigilancia del poder. Hoy, los mecanismos de creación de opinión son mucho más dispersos, imprecisos y difíciles de controlar. Esta fragmentación de la esfera pública quita poder a los espacios tradicionales de mediación, difumina la dicotomía entre emisor y receptor de información y rompe barreras entre el experto y la sociedad.
Hoy, la voz pública está mucho más repartida. Hay más micrófonos y más ciudadanos con altavoz. También hay más ruido, claro, y el debate no está exento de simplificación, pero la esfera pública digital ha aumentado la deliberación entre ciudadanos informados, activos y exigentes que no necesitan estancias intermedias que determinen los temas ni los términos del debate. Las tertulias podrían de esta manera llegar a ser irrelevantes.
Y, sin embargo, hay más tertulias que nunca. ¿Por qué? Por las razones evocadas más arriba y porque todavía son espacios de poder. El ejemplo más evidente es el programa televisivo que ha encumbrado a Pablo Iglesias como líder de Podemos. Pero, en general, las tertulias sufren del equívoco que históricamente ha llevado a pensar que los medios tienen un poder absoluto sobre los ciudadanos.
El problema de las tertulias es, pues, que probablemente tienen menos poder del que se les atribuye y que el cambio de contexto informacional las hace hoy más intrascendentes. Aquí tienen además la singularidad insólita de convocar a expertos que saben de todos los temas, los llamados totólogos según la expresión de Quim Monzó. En el otro extremo, están los verdaderos especialistas en áreas concretas que, por las características de esta discusión pública y por su frecuente aversión a la divulgación, se resisten a participar en el debate público.
Esta reducción de la figura del experto al tertuliano crea pequeños círculos de celebridades, pero empobrece los términos del debate y acaba creando lo que Pierre Bourdieu denominó “la circulación circular de la información”: todos a remolque de la velocidad de la información, todos pendientes de las declaraciones de todos, en espacios llenos de sobreentendidos que favorecen la etiqueta fácil, provocan agrias polémicas o alimentan grandes consensos en un circuito finalmente muy cerrado.
El problema es que las tertulias siguen actuando como si tuvieran el monopolio del debate y se han replicado sin fin cuando más les convenía refundarse. Suelen justificarse por su audiencia, pero Estados Unidos ofrece múltiples ejemplos de buenos programas informativos, de diferentes temáticas y formatos, que cuentan buenas historias y gozan de audiencias envidiables. Aquí, mientras tanto, tienden a empobrecer el debate público en el momento en que más espacios críticos necesitamos.
Judit Carrera es politóloga
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