Santiago Cucurella, profesor, y mucho más
El historiador de La Garriga creó la Fundació Martí l’Humà
Aún no lo creo. Acabamos de despedir a Santi Cucurella, pedagogo, historiador, activista cultural, ciudadano honrado de La Garriga. Tenía 61 años, ha muerto demasiado joven, le quedaba tanto por hacer.
Si Cataluña es un país interesante es porque cuenta, junto a un feraz tejido de profesionales de la economía y la empresa, un nutrido grupo de entusiastas culturales, intelectuales-activistas, organizadores de ideas y proyectos. De esta red extendida como mancha de aceite, Cucurella era, es, figura clave.
Si el profesor se hubiera limitado a ejercer como catedrático de instituto de Geografia e Historia, habría representado bien el florecimiento de profesores e historiadores locales de su villa de adopción. Si el maestro de maestros se hubiera enrocado en la elaboración de material didáctico, de la cartografía a la historia, de la mitología a la literatura, ya destacaría en el panorama pedagógico catalán. Si el escritor —ensayo, narración—inquieto por las cuestiones nacionales , escolares e históricas (Cultura, Pensament, Nació, en 1990; L'independentisme útil, en 1993, y Fracàs escolar, set estratègies per al tractament de la diversitat, en 2000, entre otros muchos libros), ya se significaría por su empatía y sencilla agudeza, siempre desde un catalanismo progresista, bastante alejado de esencialismos.
Pero además, Cucurella ha sido un gran creador de conciencia crítica en mil debates y proyectos. Un gran fabricante de ilusiones colectivas realistas, como la creación de la Fundació Universitària Martí l'Humà, que dirigió hasta, digamos, anteayer. Un repartidor de consejos gratuitos y afectos ilimitados a políticos locales, empresarios atribulados, jóvenes desorientados, vecinos de toda laya..
Catedrático y ensayista, motor de la vida local, vinculó escuela y empresa
Santi Cucurella ha sido (en pasado, ¡cómo cuesta escribirlo!) un hombre capital no sólo porque nada de lo humano le era ajeno, sino también por la obsesión indestructible de compartir lo que tuvo la suerte de aprender.
Cuando el Vallès Oriental necesitaba un reto universitario, lo anticipaba, presto, creando desde la nada una institución de óptima dimensión y ambición, y seduciendo después a la Autonòma de Bellaterra.
Cuando empresarios y pedagogos se enzarzaban sobre el modelo de enseñanza y su fricción con la realidad, Cucurella inventaba mecanismos para ligar las capacidades dispersas con las necesidades de los ciudadanos, el patrocinio y el interés, el beneficio para unos y otros, emprendedores y estudiantes, profesores y directivos, o sea, para todos.
Cuando literatos, fotógrafos, maestros y gentes de la buena mala vida local se emperraban en recuperar el rico patrimonio cultural de su ciudad, allá militaba, corredactando insólitos volúmenes sobre una Garriga "secreta". Ha estado en todas las movidas. Casi siempre como lanzadora, trabando urdimbre y trama.
Cucurella ha hecho esto, y más, y se obcecó en que el mundo fuese algo más habitable. Y lo que importa más: sonreía siempre. Esa sonrisa amiga, contagiosa, acogedora.
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