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El despertar artístico de Picasso fue coruñés

La ciudad gallega reivindica su lugar e importancia en la trayectoria del genio con una gran exposición

La obra Torre de Hércules que pintó Picasso en A Coruña.
La obra Torre de Hércules que pintó Picasso en A Coruña.

La cuna artística de Pablo Picasso es A Coruña. Sí, al pie del océano Atlántico, en la esquina opuesta al Mediterráneo que baña su Málaga natal y su juventud barcelonesa. La afirmación suena osada. O cuando menos desconocida al tratarse de uno de los mayores genios del siglo XX del que se cree saber todo. Pero es cierta: Picasso se inició como artista en la ciudad gallega en la que vivió con su familia tan sólo tres años y medio, entre el otoño de 1891 y la primavera de 1895, aunque en un momento crucial al tratarse de esta etapa puente de la vida en la que uno muda de niño a adolescente.

Pablo Ruiz, que aún no firmaba con su apellido materno que convertiría en mundial, tenía apenas 13 años cuando, hace ahora exactamente doce décadas, expuso al público sus primeros lienzos, primero en el escaparate del bazar Hernández y al mes siguiente en una tienda de paraguas, ambas en la céntrica calle Real. Y es en conmemoración de aquel acontecimiento, incluso saludado como muy prometedor por la prensa local de la época, que ayer se inauguró en el Museo de Belas Artes de A Coruña y con la presencia de los Reyes de España la primera gran retrospectiva sobre El primer Picasso.

La ciudad gallega reivindica con esta muestra de 200 piezas, un buen puñado de ellas expuestas por primera vez, el valor e importancia de la etapa coruñesa en la trayectoria de un artista que todas las ciudades en las que vivió, salvo ésta, reivindican como suyo dedicándolo con un museo específico.

Esa es aún una deuda pendiente para A Coruña. Carece de contenido y obra realmente interesante para el local comprado hace poco por el Ayuntamiento en el bajo del edificio en el que residió la familia Ruiz Picasso a finales del siglo XIX. Pero la exposición que permanecerá abierta al público hasta el 24 de mayo pretende, con el reconocimiento específico de la comunidad picassiana internacional y de sus herederos, que esa tendencia tan extendida de dividir la producción del genio en periodos -azul, rosa, negro, verde- incluya también un lugar preferente para esos casi cuatro años en A Coruña en los que el joven no sólo empezó a pintar y dibujar a todas horas, sino que se dio a conocer su talento con lienzos remarcados. “No cabe duda que tiene un futuro brillante y glorioso por delante”, destacaba la reseña sobre su primera exposición que le dedicó en febrero de 1895 el periódico local La Voz de Galicia. Mostraba entonces retratos de mendigos ancianos y barbudos que, por primera vez, vuelven a enseñarse al público. Picasso nunca se separaría de esos cuadros de colores tenebrosos pintados en A Coruña. Le acompañaron toda su vida al igual que La muchacha de los pies descalzos, considerada la obra maestra de su etapa coruñesa y punto de partida de la colección del museo nacional de París.

La exposición en Belas Artes de A Coruña, con la que la ciudad gallega ha dejado de ser, según su alcalde, Carlos Negreira, “el vértice perdido del triángulo picassiano en España”, destaca además por ser la primera vez que se ha podido reunir tanta obra realizada por el artista durante sus años en la ciudad. Son 59 piezas, entre las que destacan la escena de una de las muchas corridas a las que asistió el adolescente en A Coruña, que entonces tenía plaza de toros. O ese talentoso lienzo titulado Aldeanos gallegos que apunta su interés por reflejar la vida que le rodea. Y están también varias de esas revistas manuscritas de un folio que el niño Picasso, que entonces era casi analfabeto y detestaba escribir, publicaba cada domingo para informar a su familia de Málaga sobre su vida coruñesa. Bajo el título de Azul y Blanco o sencillamente La Coruña, dibujaba, casi con un punto antropológico y a menudo burlón sobre el viento y la lluvia, escenas de su cotidianidad. En la exposición, se puede ver por primera vez su famoso dibujo infantil de Jesucristo bendiciendo al diablo.

Toros, palomas, caballos. En su época adolescente ya había todo el bestiario que hizo famoso a Picasso adulto. Las caricaturas apuntaban ya por aquel entonces también como una clara tendencia de su obra. También los paisajes, con destacados lienzos de la oleada playa del Orzán o de la fuerza del océano al pie del faro romano bautizado Hércules pero que él prefería llamar “la torre caramelo”. Y viajó también por primera vez fuera del museo Picasso de Barcelona la pequeña tabla que en enero de 1895 pintó, en tonos oscuros y ambiente lúgubre, sobre El responso por la muerte de Conchita, su hermana pequeña. Víctima de la difteria, está enterrada, aunque no se sabe donde, en el cementerio coruñés de San Amaro. Y su pérdida llevó a toda la familia Ruiz a mudar A Coruña por Barcelona.

Picasso, que nunca volvió a España en sus últimos 40 años de vida, tampoco olvidó jamás su etapa coruñesa. Como muestra, en esta exposición, el dibujo de Mujer gallega con sella, recuerdo coruñés que dedicó en 1970 a su amigo gallego Antonio Olano. O el autorretrato “evocativo” que hizo en París en 1945 en el que se dibuja niño, a la edad en la que vivía en ciudad atlántica. Son algunas de las obras a posteriori que dan relieve, por primera vez, al primer Picasso coruñés.

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